Leí durante el puente y casi sin darme cuenta las más de 300
páginas del libro de Gershom Scholem sobre su amigo Walter Benjamin. Que dos
filósofos -Scholem también lo fue- sean revisados en sus preocupaciones y relaciones
por uno de ellos es muy interesante, es como si te quedases con parte de su intimidad. Como trasfondo la
malla, los mimbres de su pensamiento, pero antes su manera de ser.
Cogí el último libro de Habermas que había comprado: Israel o Atenas: Ensayo sobre religión, teología
y racionalidad. Es muy fácil y gozoso sucumbir literalmente a Habermas. El mundo tiene explicaciones, y en parte
es susceptible de comprensión. Pero lo abandono, y busco a Benjamín y encuentro
dos libros. Hay alguno más. Scholem ya cuenta el rechazo que suscitaba Benjamin por no ser
entendido, de forma que no pudo obtener plaza en ninguna universidad. No es por
tanto fácil seguirle, porque hace ensayo haciendo literatura, y rompe con toda idea de sistema, lenguaje y método propios de la filosofía, aunque es capaz de desenvolverse por ella con autoridad de maestro. Sin embargo es de los más citados
tanto en filosofía de la historia, teoría del conocimiento, estética y crítica
literaria. Adorno que es el autor de otro libro sobre Benjamin –colaboró con la
Escuela de Frankfurt y la Teoría Crítica y ahora caigo que igual que Habermas
más tarde- es por el contrario el
pensamiento filosófico riguroso, se mueve entre abstracciones, conceptos y juicios con
una claridad, para él, pasmosa.
Lo lógico, lo conforme a mis inclinaciones, gustos, cultura
y relaciones es que jamás hubiera escrito nada sobre sindicalismo. Si procedes de una determinada izquierda ilustrada y
revolucionaria, el obrerismo es economicismo vulgar, pero ahora en modalidad de rapiña o saqueo, como finalmente
lo están demostrando con alarde UGT y
CCOO por tantos lados en su no parar.
Otros sindicatos de muchos menos vuelos y muchas mayores
posibilidades de promoción obviamente, por no haber ninguna competencia –en las grandes burocracias
tampoco se entraba por oposiciones pero había más gente de nivel más decoroso-, sus déficit, chollos los trasmutan en valores morales, no oportunidades. Cuánta singularidad, que nadie apreciaba. Más que nada por su capacidad de análisis... hegeliano.
Estoy obligado a escribir una trilogía sobre sindicalismo
(quién me lo iba a decir, aunque igual me lo merezco) y pienso en cómo
hacerlo. De Benjamín he encontrado citas imprescindibles. He descubierto los
testimonios que se pueden encontrar de sindicalistas en Youtube, alocuciones
apasionantes y que no se las salta un gitano desde el punto semántico y semiológico, que son una mina para
analizar el discurso sindical. Cuál es el significado y sentido de lo que
alguien ha dicho. De qué se está hablando. Los amos en el no decir nada ha sido la
izquierda abertzale, por ejemplo: en la
búsqueda del relanzamiento de procesos de convergencia con otros sectores
enfrentados al bloque dominante, que faciliten así desarrollar políticas que inviertan
las correlaciones de fuerza, hoy en reflujo, a estadios
de mayor penetración en el tejido social de las sectores populares más vanguardistas
a la hora de dinamizar sus luchas, que hegemonizamos en el pasado más reciente, de la mano del sector armado”.
El "piquito de oro" sindical no tiene tal capacidad de abstracción
ni formación, es un no decir más huero y rústico. Cualquier nivel político siempre
es superior al sindical en todos los órdenes.
El gran valor de estudio del sindicalismo es su discurso
-que no tiene: son sintagmas, sin mensaje o información concreta de
significado que remiten a cuatro
presuposiciones encima abstractas e ideales-, es lo más interesante. En segundo
lugar: las personas, su preparación y
recompensa, ya que en ningún otro lugar, ni en otros sindicatos, podrían
representar un papel (¿como gestores?) que en los minoritarios.
Intelectualmente esta parte es apasionante, y el sentido del
libro, que aún no he dado con él.
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