Tengo ticket hasta Sevilla de
momento, pero ya hay un preludio de conflictividad. En los 90, cuando vivíamos
casi en comunidad con Al, Serena y demás,
y teníamos tantas fiestas se dieron también
algunos desajustes. En todas las comunidades -comuna no era- se producen
desencuentros y celos y yo ideé una
frase de notable éxito que era que se daban en muchas situaciones
Polos de conflicto/Campos de tensión/
y problemática de conjunto
Que siempre la decíamos, como si fuera nuestra
contraseña, y que era muy aplicable.
La frase nuestra ¿es aplicable a
Cádiz? De manera preventiva sí.
Normalmente hago siempre lo que
quiero, salvo cuando excursionamos como lo hicimos a Bilbao el 2013. Allí era
anfitrión, aunque el segundo que mejor
conocía la ciudad. En esas citas amistosas yo siempre me someto al grupo y paso
de hacer casi siempre lo que quiero, a hacer lo que deciden los demás.
Abdico de toda decisión, a lo sumo una propuesta, y cedo siempre. Ocurre
que muchas veces se hace lo que yo no haría, otra variante, lo que carece de mayor importancia.
En Sevilla donde llegaré al
anochecer, sí quiero estar solo. En mi atlas –vamos a dejarlo en geografía-
sentimental Sevilla está en la cúspide. Fui verdaderamente feliz, como nunca
antes lo había sido, ni sería y acabó conformando (y salvando) mi vida. La
segunda vez, más de 10 años después la
magia se reeditó en todo su esplendor. Las
siguientes ya fueron ensueño y fotos que perdían coloración a malva.
Pero queda el símbolo, aquella ciudad que tanto amé, me hice muy sevillano (sin adoptar ni una sola
de sus características aclaro), y tan
feliz fui. Hice amigos, podías salir solo que siempre te encontrabas con
alguien, bilbaínos con prorrogas éramos legión y nos conocíamos ya. Tuve hasta
bici, amigos de mi cuerda, vivía con un troskista navarro y un anarquista catalán
y música: Pink Floyd del vecino del ático y al grupo Triana de las noches consumidas
en Los Patios, que ya en 1992 no existían.
Por tanto hay demasiadas esquinas,
barrios, bares… en Sevilla para agónicamente seguir huellas y nutrirme de ellas, que solo tienen importancia para mí.
Si se llega a Cádiz, que será
por la normalidad absoluta, el panorama
urbano cambiará radicalmente. He estado dos veces en Cádiz horas, las dos veces
me sobró ciudad y tiempo.
Hace unos años en Mijas, en mi muy restringido (lapsos) “trienio
tangerino”, me dice Al: “Joe, mañana tengo que ir a Cádiz, te vienes”.
Acepté igual que unos días antes ir a Córdoba, donde finalmente visité la
Mezquita, que me entusiasmó. Aunque no con la conmoción de la Alhambra.
Tenía tres horas o así para estar
en Cádiz así que decidí verla entera. Todas las ciudades que he visitado siempre
he tratado de conocerlas enteras. He realizado auténticas burradas caminando.
La última vez en Nueva York nos
recorrimos todo Manhattan caminando en dos días, desde el límite norte de
Harlem hasta Battery Park.
Cádiz es como un arrinconamiento de
lo andaluz fuera de su continuidad territorial en un enclave atlántico, lo que
le produce cierta erosión, abandono, desdibujamiento, más que idea de periferia.
Un gran receptor de salitre y viento atlántico. La parte vieja es
una ciudadela con puerta y muralla perforada para el tráfico, que no dice gran
cosa. Dentro la arquitectura andaluza parece imitar a los pueblos del norte de
su provincia. Un zaguán por aquí, las rejas por algunos lados, no faltan las baldosas y en sus
estrechas calles la vida literalmente languidece. No son Sierpes, ni Larios en
Málaga. Falta algo. Tampoco vi patios. Está habitado, aunque parece que poco. Me
aposté en una plaza central a ver si recibía alguna sugerencia, intuición,
asociación, sensación…. No recibí nada. No vi ningún bar, que aunque no entrase
me quedara mirando, que suelo hacerlo a deshoras. Seguí deambulando por el
interior, sin que nada me llamase la atención o creyera ver algo infundido de
cierta poesía, hasta que llegué a otra plaza donde había algunos turistas (tipo
catalán) y se alzaba esa iglesia monumental que se ve desde las Azores los días
de buen tiempo. La Iglesia, catedral o lo que sea tiene una cúpulas, que
parecen ser coetáneas y prolongación del muro del atlántico con el que Hitler
fortificó la costa francesa con búnker
gigantescos.
Un gigantismo eclesial deslavazado
y agreste, con cuya piedra se podría haber construido un puente a Tánger. En
esta city semiamurallada uno puede encontrarse su núcleo lumpen proletariat y supongo
que cualquier tipo de sustancia ilegal. La típica barriada de los años 50, tal
cual quedó, pero en el centro histórico. Sociología degradada a estadística. Necesito más salitre, por lo que salgo al perímetro que
rodea la ciudad originaria. De repente una casa de
baños de madera que parece traída de Biarritz en la playa baja (para diferenciarla
de la de los acantilados). La ciudad por fin empieza a ennoblecerse, las playas que estrangulan el
casco viejo son de arena dorada, alguna media rada acoge pequeñas embarcaciones
que se mecen como en una siesta, y aparece otra prolongación de la prolongación, el
chicle se estira. ¿Cómo puedo desprenderme de manera telúrica/tectónica de
cualquier lazo con Al Ándalus?, pues haciendo fortalezas militares en pequeños
promontorios más lejos del continente. Tomo
el lado oeste para ir hacia el norte. Alguna facultad, jóvenes, un gran parque
sobre el mar y ya empieza el adoquinado de la calle, en la única zona noble de toda
la ciudad y que yo recordaba de la primera vez. Pero tiene un hándicap que no
debería serlo, porque justo ahí se abre la bahía de Cádiz muy amena de
embarcaciones. Digo hándicap porque esa bahía de Cádiz exuda tanto lirismo,
tanto marinero en tierra y gaviota, que parece una bahía-instituto. Una bahía
recitadora para las parejitas de letras más sensibles y empalagosas.
Paso por el alto de un tramo de
muralla, no hay nada, por lo que miro al cielo, so riesgo de caerme, por si se ve alguna gaviota. Aunque sea la de
algún verso del poeta y la bahía. Llego
al puerto. ¡Ah, un puerto sin barcos!, por fin puedo observar a placer todos los metros de atraque de que disponen para pintadas y
grafitis, que no hay, la única vida la ofrecen las rutinarias mareas. La plaza del
Puerto está vacía y se ven carteles de
Berlitz e idiomáticas, una moderada cuesta me saca de la ciudad semiamurallada,
el puerto y la estación quedan a la izquierda, abajo. Soy libre, creo. Ante mí
el istmo, el ensanche. Enfilo ahora el sudeste, por la orilla. Resulta que desde
la ciudadela semisumergida se gana
bastante altura en la zona moderna o más
bien “desarrollista”. La playa ahora yace al fondo del acantilado de cemento
armado, con bañistas diminutos por la altura. Son incalculables los metros cuadrados
de cemento que suben de la arena a la calle costera. Habrá días de mar gris que
con el cemento del talud la arena parezca
un río.
El frente de casas
de la playa son anodinas con pretensiones, e irregular. No hay árboles ni barandillas
repujadas, ni farolas de época o diseño. Es tal el aburrimiento que me invade
que decido coger la paralela, la de entrada y salida a la ciudad, la calle
columna vertebral, donde están las paradas de autobuses, los vendedores de
lotería, los contendores de recogida de basura, círculos de parados y sucursales bancarias, amas de casa, carteros,
repartidores, Se ve de todo menos árboles, parterres, cuidados, casas bonitas.
Me recuerda mucho a las afueras de Burgos hace 50 años o a la calle Doctor
Esquerdo de Madrid.
Decido asomarme a la costa de Normandía otra vez, la playa
abajo, y la cosa no mejora sino empeora.
Salgo nuevamente a la calle –carretera-
gran vía-columna vertebral, la otra acera parece menos inhóspita, y voy
caminando al final de la ciudad donde me recogerá Alfonso para regresar a
Mijas. Entro a un bar de Vallecas a
tomar una cerveza y me dedico a mirar,
hay unas madres jóvenes que hablan sin
gracejo alguno. No son Paz Padilla precisamente. El bar está en un entrante que hace la calle y que se agradece, pero no veo nada bonito, ni bares ni casas, plazuelas...
Esta calle de las afueras de Burgos
pero de mucha mayor altura te encierra, no hay nada que te pueda evocar el mar
que está al lado, vuelves a sentir la necesidad de salitre, que para eso estás
en Cádiz.
La cita de Cádiz al parecer se ha tornado algo problemática. Mi idea es
pasar buenos ratos con amigos y no
convivir 24 horas y habrá quien tenga que trabajar.
Aunque hay otra opción, que ni
siquiera llegue a Cádiz, que creo haber demostrado conocerla.