Afortunadamente la naturaleza humana es mortal. No concibo
mayor condena que la eternidad. No hay nada malo en la extinción de la
identidad, del ser, como sostiene mi hermano, acaso una suerte. Escribo bajo el
influjo de la masacre terrorista de Francia. Curiosamente estoy en la línea de
los masacrados: Charlie Hebdo, los descendientes del mayo del 68, como decía Gabriel
Albiac, en su línea más anarquizante, antidogmática, anti-institucional,
festiva y satírica. Y por otro lado, los
judíos, los perseguidos, siempre, y ahora.
Es un momento interesante para Europa. Regresa la
realidad de la vida con la muerte más
cruel y odiosa, desaparece en algún punto la posmodernidad más mostrenca, paleta y monjil de ZP. El diálogo, la sonrisa, el talante pretendían con su
simplismo, abolir el pensamiento y la reflexión humana sobre el individuo y la
sociedad con analgésicos de incultura y
buenismo nunca antes vistos. Estos Sócrates de casas del pueblo y pesebre
burocrático, que siempre, los más insolventes, torpes e ignorantes, se afanan
en crear un hombre nuevo.
Bien, ahí está la naturaleza humana, implacable, inmutable,
inexorable.
No diré que todos nos alegremos con las muertes de seres
humanos, pero todos en el fondo lo celebramos, sean marines americanos, judíos (sionistas,
quiero decir), u occidentales los asesinados. Por Argelia y por ahí hay algunas celebraciones.
Me produce una satisfacción enorme que loe terroristas
islámicos hayan sido abatidos a tiros. No por ellos, que son despreciables –un
escalón superior al odio- , sino porque los franceses hayan sido tan expeditivos.
El país de la
Marsellesa (y su letra) y la Revolución,
debían confrontarse con su pasado intelectual y moral, y estar a su altura.
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