Terminé el libro de Gregorio Morán, 800 páginas. Me sorprendo pensando (los pensamientos siempre sobrevienen) que podría haber sido alguien parecido a él. Por algunas concomitancias internas (vivir al margen de esquemas, vocación de outsider y atención a la provocación). Nunca me planteo tales cosas. Se puso a estudiar arte dramático, se exilio en el franquismo y siguió con la afición. No se sabe que interpretara algo. Periodista, por méritos.
Escribe muy bien y es muy erudito. Y escribe una columna para la Vanguardia. Hace una crítica demoledora de la cultura y los autores desde 1962 con múltiples flashback hasta ahora. Madre mía, cuánta bilis dirigido a personajes que seguro no conoció personalmente. Son las típicas descalificaciones ad hominem.
A mi me cuesta una barbaridad detestar a quien no conozco. Me lo cobro con los que conozco y con figuras y arquetipos.
Tras acabar con Morán me he visto compelido a retomar Falange y literatura del catedrático José Carlos Mainer. He leído a algunos autores. Entre ellos, al inefable Giménez Caballero, promotor de todas las vanguardias en los 20 y 30 del siglo pasado.
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