Nada más bajar del tren en el pueblo de veraneo (metro +
tren), la madre y hermana mayor de un amigo. Llevo gafas de sol para sentirme
en penumbra generalizada y con visión
general muy menguada (visión ultravioleta nocturna).
Hostias, me han visto, si han pasado 500 años y hemos llevado
una vida muy disipada para ser reconocidos, y oigo “se parece”. Claro, pienso para mí, como que soy yo mismo. Esquivadas. Mi idea es hacerlo con todos.
Entramos en un bar,
gafas de sol, parece que es la madrugada sin luna en el centro de la
Selva Negra y oigo al dueño: hombre, si
estás como siempre. Qué descaro.
Al salir dos cuadrillas del pueblo abrevando, me hago pasar
por extranjero con curiosidad por los techos, de reojo veo caras conocidas
mirándome, pero sigo absorto en los inexistentes frescos que adornan el techo.
Vamos al puerto y es un no parar, no puedo entra en un bar,
me vienen a saludar varios después de llevar sin ir en agosto 13 años. Me
sincero con una, con gafas trato de ilusionarme de que ni veo ni me ven. Tú eres demasiado conocido, me responde.
Saludo a un amigo de
la cuadrilla de verano. Ha tenido cuatro
parejas duraderas, y me habla con desdén del sacramento matrimonial de otros
amigos. Ha estado 6 meses en Argentina y forma parte de esa modalidad vascongada
que -absolutamente integrado en lo más genuino
de la sociedad vasca, en su núcleo de valores, costumbres, sociabilidad carismáticos- se creen que, porque hagan viajes con diez o doce gramos de vibración antropológica, un puñado de condición de viajero versus
turista, una cuchara de aventura, una loncha de hipismo, ya mantienen distancias con el entorno y lo ordinario vasco. No conozco ninguna
genuinidad vasca, porque quienes así se
creen lo son para devolverlo allí de
donde se han ido un rato y ser valorados,
o buscarse una distinción entre los ordinarios, normativos, tradicionales muy
clásicos.
Y he seguido sin saludar. ¿Qué busco? Lejanía, ajenidad, qué aburrimiento.
Ahora como me pare -quiero decir me paren-, me pongo encantador, hasta yo lo percibo.
Hemos quedado dentro de unas horas con Nuestro Amado Líder
en Castro Urdiales. Vimos el nuevo San Mamés, mi pueblo refulge, poca gente, se
están levantando las Txoznas, las terrazas invaden las aceras con techos de
color azul Bilbao.
Getxo está tranquilo aunque acabo de tener un enfrentamiento
con una camarera obviamente vascongada.
Tenía problemas de electricidad y no me
cobraba, y encima cabreada.
Le he tenido que
decir: o vas a cambiar al lado, o
me invitas o haberme dicho de entrada
que no ibas a tener 0,70 para devolverme. Dos veces. Voy, voy, voy, voy… fuera
de sí. Como yo también soy local: ya-ya-ya-ya-ya-ya-ya-ya… que casi lo culmino
-porque así empieza- con un irrintzi,
ese grito ancestral Baskisch.
1 comentario:
jajaajajaj
es usted tremendo
salu2
EDH
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