sábado, agosto 02, 2014

Berlín y los judíos. España y la zarzuela

El martes le contamos a la alemana “J” nuestro incidente en el Parra, a cargo de un repugnante antisemita. “J” nos escuchaba sorprendida, sin dar crédito, de forma que le pregunté. “¿En Alemania hubiera pasado?”
-Impensable, jamás.
-Pero sí en Kreuzberg-  aventuro.  Kreuzberg es el barrio alternativo de Berlín desde hace décadas, donde ha vivido nuestra alemana, y donde viven muchos turcos, cuyo país  de origen es uno de los frentes actuales del antisemitismo.
-Tampoco
-Pero está lleno de turcos.
-No, no; da igual.
J es hija de padres del mayo/68, tiene fotos quedándose dormida a hombros de su padre en manifestaciones. Es protestante, luego su concepto de libertad individual es central, e inabdicable. Esta generación tiene plena conciencia –el protestantismo es básicamente conciencia individual, luego  responsabilidad- del nazismo. La forma con la que veo yo la sienten, es como asomarte a su interior, a una conciencia adulta y moral, reflexiva y escuchar sus latidos.
Estos alemanes tan admirables están reparando  aquel crimen de lesa humanidad, de la única forma que puede hacerse: poniendo en valor, en lo más alto, su propia dignidad. La clave es la dignidad, porque la dignidad del hombre individual es la de toda la humanidad.
Nada que ver con todo ese mundo español de zarzuela, pandereta y pasión, sin ninguna profundidad ni autenticidad, que antepone desencajado y virulento su rabia, con ansia siempre de proyectar el símbolo de mal, de su negación, y se convierten en palestinos para encresparse, inflamarse con el exterminio de palestinos. Que ni en número, ni en continuidad, ni en causalidad, ni en medios que instrumentalmente lo hicieran posible, ni en prevenciones, ni ideario, ni  en nada lo podría ser. Propaganda  goebelsiana y frivolización del exterminio, no antes de seguramente aprobarlo.
El hispano ahora vuelva  a dar rienda suelta  a toda su pasión torrencial de calle y coro, a ese foso de emociones y visceralidad  que le zarandean, de forma que cuanto más odioso y criminal sea el adversario  más justificado estará su propio odio, por eso el judío ha de ser nazi, exterminador,  criminal, mataniños como siempre. Sólo así puede liberar todos sus efluvios de aversión y repugnancia que tallan el odio,  odio fanático, o de indignación unívoca, selectiva más presentable, tras un ejercicio de contención.
E que se llevó lo suyo (insultos, amenazas…) por su artículo en Vozpópuli me comentaba, que es increíble como hacen turba incendiaria sin estar concernidos para nada en el asunto y a tanta distancia. Por eso la extrema  estolidez de sus  argumentos, que son soflamas destinadas únicamente  a saciar su humores,  la visceralidad enfebrecida, el golpe de sangre que hierve, la adrenalina de combate que utiliza las palabras por munición.  A falta pistolas o cámaras... de gas.

 

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