domingo, agosto 31, 2014

Dos escritores soviéticos y una exciudad polaca

 Lviv se escribe  en muchos idiomas de manera muy diferente. En alemán es Lemberg, Lviv en ucraniano, Lvov en ruso y para los judíos era su Jerusalén europea. No sé si tanto como Vilna. Se dice que es la cuna de la independencia de Ucrania; si Kiev, capital del Ucrania, lo es de Rusia ya tenemos la Matroska. Acabo de oír que ha habido ametrallamientos en Ucrania.
Estas dos últimas semanas de lecturas intensivas me han llevado  a la ciudad de Lviv y  luego todo se enreda o se enrosca porque vuelve a aparecer, como con el traqueteo breve de una ametralladora, Lviv. Ya había oído hablar de ella, y nunca situaba bien en el mapa Galitzia ni otras regiones  del Este, pero ahora que me estoy rusificando consulto Wikipedia cada dos por tres.
No sabía si había nacido allí Joseph Roth, por lo  que  vuelvo a consultar nuevamente: es de Brody (también imperio austro húngaro y ahora Ucrania). Los judíos  periféricos adoraban el  Imperio austrohúngaro en el que tenían cabida, como todos los pueblos o minorías nacionales sin estado o sin territorio. Le  he atribuido y sin ningún fundamento  a Lviv un papel  coleccionista de gentilicios, por lo que busco a Paul Celan, por si  estaba próxima  Bukovina (antes Rumania, Moldavia), pero  no lo está tanto.
En toda esta área  del limes oriental  del imperio austrohúngaro se hablaba  alemán, que era el idioma culto, como lo era el polaco. Familias  alemanas desde el S.XVI estaban colonizando el este y llegaron  al Cáucaso, siguiendo  muy  apegados al idioma y las costumbres germánicas. El Ejército Rojo con su avance a Berlín en la II Guerra mundial desplazó  a Alemania a 3 millones de personas de origen alemán. Fue una  venganza.
Lviv sale en un libro sobre nacionalismo del canadiense Michel Ignatieff, un intelectual del que soy devoto, también lo saca a relucir mi primer soviético:  Ilya Ehrenburg, ya voy por la  página 1.300 y también lo hace otro soviético Isaac Babel, que merecen comentario posterior.
Tanto  Lviv en todas partes, que el viernes  compro  Mi Lvov de  Wittlin, del que no había oído jamás su nombre. Él se formó como poeta en  esa ciudad galitziana y fue íntimo de Joseph Roth,  galitziano como él. Gracias a Ignatieff  -dos días después lo leeré a Witllin- me entero de que en Ucrania occidental existe la Iglesia metropolitana ortodoxa católica.
Isaak Babel lo vengo oyendo desde que era bien  joven, citado por revolucionarios, en libros de historia, literatura,  nombrado  mucho por   la elite literaria rusa de la Revolución antes obviamente de su  exterminio por  Stalin, pero no le había leído. Como tampoco he leído a Karl Radeck y a tantos otros.
Compré varios libros, otro de Pushkin, pero quien me ha impactado ha sido Babel, ¡qué maravilla! Pinceladas de realismo muy azaroso, crudeza comarkiana, humor, objetividad a veces telegráfica, ironía y un cinismo de fondo nihilista, una falta profunda de fe, de creencias, que se torna sarcasmo bajo un cielo despojado de cualquier  hálito de divinidad y ni siquiera de bustos de Lenin, por mucho que lo cite, que no me extraña nada que Stalin lo ejecutara, como a tantos decenas de miles, solo revolucionarios, para no cuantificarlo con los millones a  los que dio matarile.
Con tanto Ehrenburg ya estoy en condiciones de aventurar una tesis para que Stalin no lo asesinara, que se lo pregunta alguien  en su libro de memorias. Tras tantos páginas pues, porque no entendía que se salvara -no deja de ser el típico intelectual-, creo que su suerte se debe a dos factoras, a haber estado a cargo de todo el aparato propagandístico de captación de intelectuales occidentales, lo que eran los congresos para la paz, con Münzenbergen, el gran genio del cine alemán buscando compañeros de viaje de los comunistas sin que tuvieran que enseñar la patita, y su periodismo de arenga y combate durante  la II Guerra Mundial que catalizaba a los soldados rusos más que el vodka. La guerra de Babel sin embargo era  un tripi muy soleado.

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