Dada la banalidad de mi propia vida
y las circundantes, hace que cobre aún
mayores valores cromáticos el actual viaje de E. y S. -de boda en Beirut- por
Líbano. El primer correo fue de Estambul,
donde esperaban ansiosos el vuelo a
Beirut. El siguiente, ya en destino, de
plenitud mediterránea oriental. Han subido ya
a los montes del Líbano, visto el parque natural de cedros, y han
cruzado ese lugar legendario, y fértil
en agricultura y contiendas civiles varias,
que es el valle de la Beká, próximo a Siria e Israel. Ha
comido E. una de las mejores veces de su vida, teniendo en cuenta que es
de fino paladar, habrá sido manjar.
Para no extenderme demasiado, están alojado en la zona este (musulmana), próxima a una gran mezquita, pero fronteriza de la oeste cristiana, "llena de bares", en una ciudad bullanguera
como Tel Aviv, dice E. y con un zoco de
productos lujosísimos. Creo que
ese es el sunita, y que el chiíta está al sur de la capital. A cuenta de esto, veo que la religión es un
tema recurrente en mi caso. Unas y otras. Si tuviera menos años y más tiempo,
de ponerme a estudiar algo sería Historia de las religiones, sin ningún género de duda.
No me atraen nada los textos piadosos, sagrados o místicos.
Sería incapaz de leer a sus autores o los apócrifos. Lo que me gusta en cambio
es su repercusión antropológica, psicológica social, histórica y en general
cultural. Es decir, siempre como hecho
externo cognitivo y nunca como algo interior y vivencial. No es que haya
decidido que sea así, sino que simplemente ocurre de esa forma.
De las tres
religiones reveladas la figura que peor me cae es la de Jesucristo, la propia
figura y sus epígonos en rescate de presunta pureza de orígenes. Los de Jesucristo
Superstar, teología de Liberación y compadres,
no los cristianos. Cuando alguien (inteligente y de gran personalidad) en mi presencia lo reivindica, yo
inmediatamente desaparezco, y me cuido de no tratarle más en el futuro. Dicho lo cual, sí me parece
fundamental el significado especial que tiene Cristo, aunque siempre gracias a
Pablo, y el cristianismo en la cultura universal, como gran factor de humanización del mundo pagano y sacralización del ser humano. Ese dios hijo/hijo dios no lo
tiene ni el judaísmo ni el islam, cuyo patriarcalismo no admite mitigación
ni contrapunto en su rigor.
El cristianismo ofrece el dato empírico por histórico, de
que es posible la separación del poder temporal, el laicismo, cosa mucho más dudosa en el judaísmo (aunque concurren condiciones
muy extraordinarias) y con el islam, no digamos.
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