Verano de 1961, Fulda (Hesse); se levanta el Muro de Berlín. 4 donostiarras y mi "familia" (el alto, la del medio y el de rayas). Al ladito, Mirari: una flor, un pastel (también estaba allí, pero apenas nos veíamos).
Es una de las 7 calles bilbaínas, con una longitud de unos
350 metros. En febrero pasado era de noche cerrada e iba con XY. La calle estaba a rebosar, infinidad de cuadrillas vascas tomando
vinos en medio de la calle, locuaces, amigos, cálidos…. Algunos niños, los
amigos de los padres jugando con ellos y hablándoles en euskera, un ambiente de
fraternidad plena. La más mínima disidencia resulta impensable. Son todos comulgantes y les
encantaría vivir abrazados.
- Cuántos años de cárcel cumplidos o por haber cumplido –ya que nos los pillaron- habrá aquí ahora mismo ¿100, 200 años…? Si supieran lo que pensamos…- comento a media voz.
Durante años esa fue mi calle favorita de Bilbao. Un amigo mío –tenía también mi cuadrilla en la parte vieja- tenía un restaurante y cuando cerraban por descanso casi lo saqueábamos. Otro restaurante –que me evocaba la más pura (vasquista) San Sebastián- estaba en la parte curva de la calle y había bastantes más, algunos muy conocidos. Era seguramente la calle más vasca de Bilbao, que termina justo frente a la Iglesia del escudo de la Villa y en la que los domingos había la misa en euskera (durante el franquismo-acto patriótico más que de fe), y donde se podía oír hablar ese idioma a gente de los pueblos, dado que era calle de paso para ir a la estación de tren que conectaba con el interior de la provincia-lo he contado mil veces-perdón. Éramos muy pocos, y todos nos conocíamos, los que andábamos por allí, unas pocas cuadrillas, todas pensábamos parecido. Unos, aún menos, manteníamos el mismo espíritu, inquietudes, compromisos… Para mí era un islote, útero, anticipo de la utopía –que allí se uniría a la otra, la social, que faltaba, totalizantes, o sea, totalitarias como todas-, nostalgia intensa por lo que ni siquiera había llegado a vivir, sentido tribal enfermizo, tan propio de los vascos…
Pasando por allí precisamente en febrero, fue cuando me sentí por primera vez en mi vida precursor de algo. Dentro de solo unos días lo volveré a experimentar, fijo. No quepo de orgullo…
de promotor hostelero.
- Cuántos años de cárcel cumplidos o por haber cumplido –ya que nos los pillaron- habrá aquí ahora mismo ¿100, 200 años…? Si supieran lo que pensamos…- comento a media voz.
Durante años esa fue mi calle favorita de Bilbao. Un amigo mío –tenía también mi cuadrilla en la parte vieja- tenía un restaurante y cuando cerraban por descanso casi lo saqueábamos. Otro restaurante –que me evocaba la más pura (vasquista) San Sebastián- estaba en la parte curva de la calle y había bastantes más, algunos muy conocidos. Era seguramente la calle más vasca de Bilbao, que termina justo frente a la Iglesia del escudo de la Villa y en la que los domingos había la misa en euskera (durante el franquismo-acto patriótico más que de fe), y donde se podía oír hablar ese idioma a gente de los pueblos, dado que era calle de paso para ir a la estación de tren que conectaba con el interior de la provincia-lo he contado mil veces-perdón. Éramos muy pocos, y todos nos conocíamos, los que andábamos por allí, unas pocas cuadrillas, todas pensábamos parecido. Unos, aún menos, manteníamos el mismo espíritu, inquietudes, compromisos… Para mí era un islote, útero, anticipo de la utopía –que allí se uniría a la otra, la social, que faltaba, totalizantes, o sea, totalitarias como todas-, nostalgia intensa por lo que ni siquiera había llegado a vivir, sentido tribal enfermizo, tan propio de los vascos…
Pasando por allí precisamente en febrero, fue cuando me sentí por primera vez en mi vida precursor de algo. Dentro de solo unos días lo volveré a experimentar, fijo. No quepo de orgullo…
de promotor hostelero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario