Menotti y Videla
Algunos de los que
sobrevivieron a su paso por la Escuela Mecánica Naval de la Armada, la temible
ESMA, cuentan como los torturados oían
los alaridos de júbilo de los argentinos
en el estadio del Monumental, donde se celebraba la copa del Mundo de 1978. El
Monumental y la ESMA están al norte de
Buenos Aires y no distan mucho entre sí.
Aquella tarde soleada de junio de 1978 me encontraba
en casa de un amigo en Bilbao, a donde habíamos ido a ver el partido de la final entre Argentina y Holanda. Una final
política y amañada en la que Argentina
se había clasificado tras vencer a Perú
por 6-0, los tantos justos que necesitaba para clasificarse. Aquellos eran
parte de los amigos de siempre, a los que en los últimos años apenas les
trataba. Creo que todos querían que ganase
Holanda, les encantaba como jugaba. Mis motivos eran bien distintos.
A mí el futbol nunca me ha gustado, pero aquella era mi
final y yo tenía a Holanda, a la Naranja
Mecánica –no la Escuela Mecánica- para doblegar, humillar, denunciar al triunvirato
militar y a las masas argentinas, que daban más miedo que el ejército de
asesinos en serie. Vi entrar en la
tribuna a Jorge Videla, Massera y Agostí
y el delirio de la turba con sus amos atronó. El himno y la
soberbia de los detentadores de poderes ilimitados, de paisano para la ocasión.
El equipo argentino en comunión con amos y masas fanáticas, expelían todo el
hedor a miasmas del chovinismo más inflado del mundo. Cantaban el himno patrio,
un rugido de muerte, muertos y desaparecidos. Los tam tam tribales, la percusión argentina llamaba a la contienda y a
la ebriedad nacional. Daban ganas de
vomitar. Sentía un odio neto, cósmico, diamantino. Por supuesto que desee que
el estadio Monumental se viniera abajo con todos dentro. Me acordé de los
presos, ahora no les estarían tocando, tenían hora y media de descanso e igual
también la noche, los torturadores lo celebrarían si es que ganaban.
El Monumental era el bramido que salía de
las vísceras de un monstruo, más vísceras, el zigurat de la magna visceralidad
de ese lado del Río de la Plata. Enfocaban a Videla, a Massera y Agostí, reían,
saludaban, se intercambiaban confidencias, estaban en su gran ceremonia diplomática.
Tenían que demostrar al mundo que quedaban argentinos ilesos, y vaya que si
quedaban: la inmensa mayoría, que cuando no rugían callaban como muertos. Rugir
como jaurías o callar en silencio sepulcral, la ley del péndulo argentino.
Muchos signos de la civilización estaban completamente en suspenso. Nevaba
confetis, papelitos y serpentinas sobre
la cancha. Ha sido el partido que
con más intensidad he vivido.
En 1938 fueron las Olimpiadas de Berlín, el mismo Hitler por
entonces no había llegado a nivel de criminalidad que ya contabilizaba la Junta
Militar. De eso me acordaba también y se lo decía a mis amigos a los que solo
les interesaba el fútbol.
En esto llegó la apoteosis: Ganaba la megapatria. Los argentinos tendrían que reconocer que jamás fueron más felices, si exceptuemos los raptos de literal éxtasis mariano con Evita, que con los dictadores, y que están en deuda con ellos. Ellos les trajeron la copa del mundial y a aquella gran gesta militar-patria de las Malvinas. Con ridículo argentino aplazado. Me juré que no olvidaría nunca tanta infamia, unos criminales celebrados por un pueblo ebrio de delirios de chusma y, siempre, fanatizado. Tampoco de los hispanos, para variar, que les apoyaron. En lo que a mí respecta aquel juramento de rencor, renovado con la aventura de las Falkland, lo he cumplido siempre, nunca he desaprovechado la ocasión de echárselo en cara a los argentinos, en cualquier circunstancia.
En esto llegó la apoteosis: Ganaba la megapatria. Los argentinos tendrían que reconocer que jamás fueron más felices, si exceptuemos los raptos de literal éxtasis mariano con Evita, que con los dictadores, y que están en deuda con ellos. Ellos les trajeron la copa del mundial y a aquella gran gesta militar-patria de las Malvinas. Con ridículo argentino aplazado. Me juré que no olvidaría nunca tanta infamia, unos criminales celebrados por un pueblo ebrio de delirios de chusma y, siempre, fanatizado. Tampoco de los hispanos, para variar, que les apoyaron. En lo que a mí respecta aquel juramento de rencor, renovado con la aventura de las Falkland, lo he cumplido siempre, nunca he desaprovechado la ocasión de echárselo en cara a los argentinos, en cualquier circunstancia.
El otro día nuestro agente K (komintern), dijo que en aquella
fecha estaba en la comunión de señores y
siervos (perdón por hablar como Nietzsche) con Argentina frente a Holanda. El
odio de los comunistas a la libertad es basilar, es la precondición. No menor
es el odio a las dictaduras solo si son de derechas, y psicópata adoración
religiosa por las de izquierda y sus hombres siempre providenciales y
patriarcales. E histriónicos. El comunismo es la única doctrina que tiene como
fundamento político la propia dictadura, la del proletariado (ya no la aluden)
que suele usufructuar una casta muy reducida.
En el caso de aquella copa del mundo, existía ya pleno conocimiento
de todo, leíamos como aparecían los cadáveres torturados por la triple A, sabíamos quiénes eran Cámpora, Mª Estela Martínez de Perón y López Rega, “el Brujo”, también sabíamos de los coches parapoliciales, los siniestros Ford
Falcon, y conocíamos las acciones de Montoneros y el ERP (troskistas metidos,
en contra de su teoría política, a practicar el terrorismo individualista y pequeño burgués).
A todo esto ¿dónde andaban los tardo izquierdistas
sobrevenidos de los Kirchner durante tantos años? No tienen la suerte de ZP,
porque estaban en edad. ¿Se les conoce algún rictus de desagrado al menos?
Mis entonces admirados Montoneros y ERP, aunque no tanto
como los Tupamaros uruguayos, eran terroristas que cometieron numerosos
crímenes, tantos como los republicanos españoles (bueno, en este caso es terrorismo
de Estado, el equivalente a la Triple A), como hube de reconocer con los años.
Según Horacio Vázquez Rial que los conoció dentro eran verdaderos psicópatas.
Hoy en día en Argentina existe una asociación de víctimas
del terrorismo (no del Estado/Madres de
Mayo), que encuentra todas las puertas
cerradas por la misma chusma que jaleaba
a la Junta en el Monumental o frente a la Casa Rosada cuando invadieron the
Falkland Islands.
Como a los comunistas del carbono 14 ya es intelectualmente imposible seguirlos, hacen chistes o cuentan anécdotas como los Testigos de jehová o mormones, pero no razonan ni argumentan, nunca, les basta un chascarrillo, una pequeña paradoja y una risa de premiado. La verdad del creyente que no es preciso defender.
Como a los comunistas del carbono 14 ya es intelectualmente imposible seguirlos, hacen chistes o cuentan anécdotas como los Testigos de jehová o mormones, pero no razonan ni argumentan, nunca, les basta un chascarrillo, una pequeña paradoja y una risa de premiado. La verdad del creyente que no es preciso defender.
El agente K no dice que Menotti es comunista. Como si fuera
un dato astrológico o científico, no sabido por nadie y decisivo en el curso
del mundo.
Los comunistas aunque hacen presidir sus vidas de moral
estricta - ¡por favor, la famosa superioridad moral de la izquierda!-, siempre
han defendido los mayores crímenes de la humanidad, no en vano encarnan e
interpretan las condiciones de liberación final de la humanidad. Bajo esa
creencia en los fines superiores, están justificados las conductas y medios más
inmorales y abyectos. Como la redención final del cristiano es compatible con
arrostrar todas las penalidades. Los creyentes son uno (idéntica estructura y
función, pero diferentes contenidos), aunque los cristianos tienen más espacio
para la conciencia individual, del que el comunista carece.
Menotti encarna a la perfección
valores comunistas como son el oportunismo
compulsivo, la frivolidad, la falta de escrúpulos inherente a los comunistas
que en el mundo han sido, la anteposición de razones abstractas a cualquier
razón de humanidad o de honestidad personal. Las fichas de la Historia deben
someterse al todo. No sería comunistas en otro caso.Afiliado al partido comunista en plena orgía ultraizquierdista,
siempre me asombró por sus maneras de pijo argentino. El pijo argentino dandy,
de pelo siempre largo y algo descuidado (de La Sorbona y el Barrio Latino), la elegancia más europea de toda Europa, y la
pulcritud de los recién salidos de los campos de polo y las canchas
de tenis argentinas. Y a punto siempre
de filosofía. Sabedores de que el mundo les envidia, lo que impide cualquier
descuido escenográfico.