martes, noviembre 27, 2012

El palestinaje como residuo vocacional del atavismo hispánico

Picasso dijo aquella frase  “yo no busco, encuentro”, que suena a pedante artístico. Hay otra, que a mi me gusta más, que es “si me buscas, me encuentras” y  que está mucho  más a mi alcance. Y una tercera  “yo no busco, me encuentran”. Esto  es lo que me ha venido pasando en mi vida en materia política o de “compromiso”, que suena horreus.
En Bilbao  donde nací, al ser una ciudad esencialmente franquista, pero no porque fueran acendrados en su devoción, sino que era peor,  eran participativamente conniventes, aquiescentes, asqueroso el ambiente,  lamentables todos ellos –si alguno me leyera, cosa que dudo, ni se dará por aludido-, salvo la disidencia que había que buscarla con el candil con el que se pescaban angulas en la Ría, me hicieron antifranquista, gracias también a mi familia, que ni un día al año olvidaba que estaba bajo la bota del opresor.
Y así ha sido en mis episodios políticos, siempre he sido forzado por el ambiente que había de soportar:  enteco, injusto, prepotente, ignaro, masivo... Tengo la sensación de que las posiciones mayoritarias en momentos de crisis sobre todo, los estados de opinión hegemónicos son todos muy parecidos en el fondo, lo veo como siempre casi el mismo: igual de necios, ignaros, zafios, superficiales, despóticos, cobardes, ufanos, sugestionados,  mayoritarios, demostrativos…  las dictaduras de lo políticamente correcto en cada momento. No he soportado nunca sus pancartas, su vocerío, su simplicidad estúpida, maniqueísmo, ignorancia… el pueblo me da pánico y desprecio absolutamente a los imbéciles que se arrogan representarlo, la ralea que lo invoca, que todas las veces  es el más  tonto de la turba.  El Pueblo es la antítesis de la ciudadanía, y una tentación o propensión. Evidentemente jamás he estado en  trincheras atestadas de florecientes   compañeros con mucha moral de victoria, sino en las que veía  andaban fatal de efectivos, me convencían, y  había que echar una mano. Solo con ellos.
Mi interés ahora, casualidades de la vida, estaba en el Sáhara, en mi último libro que corrijo, pero vuelvo a Israel y a esa cosa hispana tan apabullante  como es el palestinaje.
Desde Washington: “Ya vi las fotos. Yo estoy en la asociación (Asociación Canaria de amigos de Israel)”-buscando confirmación.
-Sí, sí estás.
-¿Os increparon, tuvisteis  problemas…?- que te pregunte  esto,  a mí me indigna, vaya. A ver si en mi país no voy a poder  tener la libertad de expresarme… o meneármela. A ver si los más tontos y brutos (y despreciables) me van a dar clases de moral o  de algo.
-Al revés, un extranjero joven levantó el dedo pulgar, nos sonrío y sacó una  foto. La chusma de las SA del Palestinaje no estaba por la zona,  de control (casualmente todo se contagia).

Circula por internet : lo difícil que es ser judío en España (el país)
http://elpais.com/elpais/2012/11/24/opinion/1353783480_434645.html
Lo que ha corroborado en Facebook Yael. Tuve ocasión de presenciar e intervenir en  una  molestia  de esas a ella a cargo del clásico   progre vulgaris de mucho pensamiento propio y proyección.El año pasado me decía un señor  en Washington lo jodido que era ser  judío en España. Hay veces que me  dan ganas de marcharme del país, comentaba.
-No sé cómo lo aguantáis, para mí resulta insoportable el griterío. Si les importan tres cojones los palestinos, ¿qué los palestinos sí y el resto del mundo no? ¡qué broma es esa, eso no se lo cree ni Cristo! Los palestinos lo son por los judíos, si no serían sirios anodinos de  todas las  matanzas irrelevantes.
Los palestinos, que jamás constituyeron no ya nación, no digamos Estado,  ni si quiera un pueblo de perfiles diferenciados de los árabes de la zona, durante  todos los siglos de Imperio otomano fueron, cuando eran,   los “sirios del sur”. Me complace pues brindar esta casualidad de actualidad al lector.
En el cuerpo diplomático israelí –un ambiente ligeramente cosmopolita y culto-, me lo dijo uno de sus miembros, España está considerada como el peor destino de Europa   –eso obviamente no lo reconocen en entrevistas o twitter-, pero sí en un bar. Los compañeros les dan palmadas en la espalda de pesar cuando confiesan su nuevo destino.

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