Alejandro Suárez El Rapsoda no es persona dotada de grandes recursos retóricos, ni dado a la
facundia o los excesos verbales. El habla puede parecer casi el inicio de
una aventura incierta. Últimamente tomamos cervezas los miércoles en que pasa a
buscarme. A veces se le ponen los ojos como de muchas cervezas y aparece una sonrisa de algún animalillo del
bosque seguida de una carcajada. Le gusta reír. Asoma también una ráfaga de lucidez y chispa
acompañado de un aserto preciso, a veces quirúrgico. Nos entendemos.
Me ha dado a leer su último manuscrito y he quedado prendado
de él. Me había advertido de que huía de
la versificación, pues mejor, la poesía puede estar magníficamente servida por
la prosa, incluso rezumando mayor musicalidad. Las ideas poéticas, que son las
que se fundan en analogías y correlaciones – en lo que insistía Octavio Paz- no
solo vibran bajo un diagrama tonal,
sino que si son intensas e imperiosas van a precisar
un caudal más ancho y otra respiración.
Hay en todo ello una revancha, lo que a la comunicación verbal le resulta arduo, a su pulsión
literaria le resulta festivo: un sin fin de ángulos y conexiones brotan a cada línea bajo diferentes sones, que
llegan a obnubilar por su densidad e inéditos parentescos. Las imágenes que crea pertenecen a un vasto mundo de propósitos y réplicas, animado, pleno de grandes oscilaciones “con sus delirios de subidas y bajadas en días y noches” que lo abarcan todo. ¿Habrá vocación más auténtica en la poesía que la idea de totalidad? Pues en la nueva obra de Ale aquella queda consumada.
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