martes, septiembre 18, 2012

Santiago Carrillo con los Ceaucescu

Los Carrillo con los Ceaucescu de veraneo
                                          la máquina de la libertad y la democracia
 Cuando se vio por televisión  a los militares que derrocaron a Nikolae Ceaucescu  juzgándole en un simulacro de juicio tan execrable como todos sus protagonistas, yo no paraba de acordarme de Santiago Carrillo. Pediría clemencia para su querido amigo, lamentaría  la muerte de un dirigente mundial del proletariado, condenaría  (conceptualmente) la violencia sobre el adalid del socialismo rumano y guía de la clase obrera. Pero Carrillo volvió a callar, como se callaba en Moscú ante aquella  factoría herrumbrosa de famélicos esclavizados, en nombre del concepto clase obrera, y como se callaba cuando sus propios compañeros  caídos en desgracia eran fusilados. Carrillo se ha pasado toda la vida  callado. Y aplaudiendo a Stalin, Beria, Ceacesucu o las odas a Stalin de Neruda, Alberti, Louis Aragon  y quizá también las autoinculpaciones de sus camaradas en los famosos juicios de Moscú.
Me acuerdo como si fuera hoy cuando los comunistas  españoles recién legalizados actuaban como libertarios de todas las libertades, como si hubieran derrotado al franquismo e inventado la libertad y la democracia con aires triunfales y jactanciosos, se conoció que el gran coche blindado de Carrillo era regalo de su amigo Ceaucescu. Ceaucescu   invitaba a Carrillo a Rumanía, al Mar Negro a veranear. ¿De que hablaría Ceacescu,  la bestia negra de la tiranía y del poder criminal sobre sus súbditos y Carrillo? Estamos ya a principios de los 80 y a Ceaucescu ya le queda poco tiempo de gobierno absoluto. ¿Discutirían al menos entre sí los amigos? ¿Le enseñaría las ineficientes obras faraónicas y la industrialización a ritmos estalinianos del país, la sobreexplotación de sus trabajadores y la absoluta degradación ecológica?
Tenían mucho de que hablar, de cuando eran los señoritos  de Moscú y viajaban en limusinas negras, de gris, y vivían en los hoteles de lujo y en la escasez general ellos nadaban  en la sobreabundancia de los burócratas príncipes  con dacha en  Crimea, qué buenos tiempos, cuántos silencios y brindis por los  enemigos contrarrevolucionarios vencidos y  muertos, por los reaccionarios enemigos de clase que purgaban en Siberia. Dúctiles, sinuosos,  avezados en reconocer los mecanismos y maniobras del poder.
Carrillo hablaba de manera impersonal pero solemne como si siguiera siendo un instrumento de la voz irrebatible del comité central  al que  la Historia le designa como su fiel intérprete, para gozo embobado del periodismo hispano, que considera el comunismo español sinónimo de democracia y libertad. Con el humo de interposición, Carrillo les hacia ver que en él deshilachándose encontraba los anuncios de la verdad, epifanías indiscutibles, y los periodistas/as se ponían más cachondos si cabe.
Carrillo se lleva a la tumba unos cuanto asuntillos concernientes a las vidas de otros, nunca a la de él, en la guerra  nuestra (en la  RETAGUARDIA activa; no fue George Orwell precisamente), después de la guerra en relación a España  (consultar a Jorge Semprun) y en la gran cloaca de la historia del SXX  (junto  al nazismo), que   fue el estalinismo y posestalinismo.
Ni pidió perdón por nada, ni se le llevó por las escuelas por culpa de los periodistas babeantes, para que hablara de los Procesos de Moscú, de Julián Grimau, Ceaucescu, de la vida en Moscú, de la clase obrera rusa, rumana, incluso de la libertad… sin olvidar Paracuellos/Sebrenica.
Es pronto para decir si tendrá un lugar, ciertamente digno, en la historia de la infamia del S XX,  por mucho que los reyes visiten su capilla ardiente


1 comentario:

Anónimo dijo...

Con otro enfoque, pero tan contundente como la necrológica que le ha dedicado Cesar Vidal (o quien escriba para él).

Bueno y políticamente poco correcto, como no puede ser menos viniendo del vasco Lizundi.

Que sepa que lo he reenviado a mis (¡ay!) escasos contactos incorrectos.

Salu2, EDH.