En el blog de Santiago González, cuenta hoy la gracia que les hacía aquello de que
“España se rompe” a Zapatero (tan excedido siempre de humor) y sus seleccionados
a la baja. También recuerdo presenciar
con mis propios ojos alguna luminaria
que resplandecía, ya que de súbito se descubría con
risa irónica, cualidad que desconocían hasta entonces tener, y repetían con retintín antifascista y a modo de mofa "España se rompe”. Entonces escribí en prensa que en todo caso, no sería por no intentarlo. Vivían en la ebriedad del antifascismo reditado,
su propia revolución cultural china con mucho criterio. Y Zapatero, que ahora sí va
para estadista y prócer de la patria ya que cada vez hay más perspectiva de su
labor de Pericles, volvía a avasallar con su capacidad, y con él sus acólitos, y
concluía cual Hegel: “España está más unida que nunca” que cacareaba el gallinero
de ingeniosos ironistas. Ironistas que parecian seguir al filósofo neopragmatista y posmoderno norteamericano Richard Rorty, sin leerle. Que nadie se asuste.
ZP improvisó, dado su genio, que la reforma del Estatut recaía
sólo en el ente Parlamento de Cataluña y lo que de allí saliese, siempre el más simpático,
sería rubricado por el Congreso español, la soberanía otorgada a la parte sobre
el todo, detentadora exclusiva de ella, por caer simpático nomás.Luego fue el recurso de inconstitucionalidad, y la presión absoluta ejercida para que el Tribunal Constitucional afecto y designado hiciera la vista gorda, que hizo hasta donde pudo, una cosa cubano venezolana.
El nacionalismo y el socialismo nacionalista –ay, izquierda española que vergüenza produces- abombaron pecho y fijaron su mirada en la Moreneta de Montserrat y en Messi y pusieron a acelerar sus Audis en plena era Acuarius de la quiebra.
No hubo necesidad de tanta autocomplacencia, de hacerse querer, de ser guay y luchador antifascista progresista, desenfadado y libre, cuando eran sosos, rígidos, escolásticos y muy limitados.
La tropilla que anda por ahí y la veo todos los días ahora calla, ni se acuerdan, eran y son igual de frívolos y simples (con cara de sopesarlo todo autónomamente) que el estadista adolescente, del que pronto dirán no conocer.
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