Evidentemente la novela o en general la narrativa no podía
permanecer bajo patrones arcaicos ya periclitados: cierto que hay esquemas de entretenimiento que se apartan de la
historicidad de la narración y de las problemáticas estéticas, cognitivas y morales actuales, flotando en lo
formulario. Sobre lo que no hay nada que decir.
La Contravida es
la novela que ha disparado al
infinito mi admiración por Philip Roth.
Supongo que en universidades y talleres literarios servirá como ácido de máxima corrosión de las más atávicas y
domésticas artesanías narrativas. Habrá quien pueda leer a los últimos Marías, Muñoz Molina o Vila Matas
sin apreciar nada raro, creyendo que se trata de ensayo por
ejemplo. Dios bendiga sus cuadrículas (de acero del Ruhr).
La Contravida es un título esclarecedor, que establece de
entrada una propuesta casi epistemológica
de “narración de la narratividad”, ya
que afecta a las propias bases sobre
las que se crea la ficción, la
verosimilitud, el tiempo, el sujeto, el tema… y los
discursos y la época. La verosimilitud tiene que ver con la idea de
verdad más convencional que es la adaequatio
intellectus ad rem, es decir la
adecuación a lo real y sus posibilidades lógicas. No es el caso, la ficción (la
vida personal ya es una ficción esplendorosa para Roth, la máxima diría yo) no
debe nada a la verosimilitud empírica, ya que ésta no ha de ser material como
decíamos atrás, sino formal en su viabilidad estructural con la narrado, por
muy en clave real, actual incluso autobiográfica
que se cuente una historia.
En la divertida novela de una profundidad abisal, aunque saltarina como los delfines, la idea
de sujeto o autor también salta
por los aires, por el total trastocamiento e
intercambiabilidad. Una sucesión de bucles identitarios. La ficción solo
puede remitir a sí misma tras absorber (notarialmente) la realidad más compleja, demostrando
que los lugares comunes e ideas
de bolsillo son temas para escolásticas ermitaños, no para la Literatura.
Philip Roth domina como pocos la complejidad y el orden de
impulsos, representaciones y discursos que
impregnan la sociedad americana y en general la contemporaneidad, es
decir la vida actual. Todo esto sólo es tolerable con humor, ironía o sarcasmo, la novela destila
todo ello al punto que dan ganas de escurrirla para intentar contenerlo. Me vuelvo un lector sonriente que espera su
propia risa y admirar de él su ingenio
e imprevisibilidad, las jocosas situaciones y diálogos que aguardan en cada
esquina como caídas del cielo.
De las páginas de Roth , como si estuvieran impregnadas de
pasta de coca se eleva el aroma
penetrante de la cultura como precipitado fundamentalmente intelectual,
producto de una honda reflexión en base a los instrumentos cognitivos que ofrece la
teoría política, sociología, historia contemporánea, psicoanálisis… y la
experiencia cosmopolita culta, que obviamente abarca mucho más (que la que no lo es).
No he leído (y reído) en un solo libro tanta información -y el juego encarnado en las vidas personales- sobre los colonos judíos en Cisjordania y
sobre el vivir de los judíos norteamericanos y sus discursos legitimadores o críticos. ¿Acaso no
somos todos judíos? os pregunto.