Para la tradición del marxismo leninismo con su idea de
vanguardia revolucionaria, los sindicatos formaban parte de las organizaciones
de masas, correas de trasmisión de aquella, meros agentes subalternos. En donde nada había que debatir, sino solo
transmitir, influir y dirigir. Meros caladeros de fuerzas de choque; eso, con
suerte. A salvo, dos personajes femeninos realmente relevantes: Rosa Luxemburgo
y Simone Weil. La primera, por asentar en la espontaneidad de las masas la
huelga general revolucionaria (la política); y la segunda, por intentar dotar al
sindicalismo de reflexión y deber ético
y emancipador (la moral).Aunque el papel histórico sindical no haya sido especialmente
esplendoroso ni interesante desde el punto de vista revolucionario o de transformación,
tampoco moral (amén del marbete de solidaridad episódica), ni intelectual, ni cultural, la actualidad les ha teñido de oro
en ese sentido, y en, más que pedestal, obelisco. Esas barcazas a la deriva, roídas y desvencijadas
de lenta e imparable extinción, se permiten rumbos y tumbos cada vez más
erráticos e inexplicables, como los complementos que enroscan el cuello glamuroso del burócrata vitalicio de la UGT, Pepe Álvarez, el gran esquilmador de
crustáceos. Los sindicatos no han generado idealizaciones, sueños, romanticismo,
ni vocaciones infantiles, por esa naturaleza subsidiaria y remolcada, en la que
se dirimen, como en un mercado al por menor, cuestiones de escasa monta, lo
mismo pequeños incrementos de salario que reducciones de horas, o días. El
mérito que tienen estas organizaciones de masas es el haber logrado subsistir a
todas las condiciones de su nacimiento. Revolución
industrial, capitalismo financiero industrial tradicional, tipos de empresas ajenas
a las de época, mentalidades, costumbres. Debía haberse mantenido como las grandes
chimeneas, como reliquia industrial, quizá, irónica y posmoderna: una gamba
icónica. Evidentemente su supervivencia ya dependiente y servicial, con grandes
subvenciones, imposible saber para qué, que solo pueden provocar mayor
corrupción, que es fama ganada.
Cierto es que solo un sindicato es incapaz de ver y
analizar la actualidad política, su suceder, y así no vieron o ya les da
igual, no solo la ilegalidad de su convocatoria contra la guerra de Gaza,
que ya no había, y el mundo celebraba un acuerdo de cese el fuego, menos el
izquierdismo demenciado anhelante de cualquier causa, ya que nada pueden
ofrecer, y lo saben, por sí mismos. Conscientes de su inanidad e irrelevancia han de hacer
seguidismo del fanatismo antidemocrático de los focos carlistas vasco y catalán
con su violencia ejercida, impulsada, tolerada en un marasmo de irracionalidad
y pulsiones paroxísticas contra el mayor enemigo histórico de la humanidad: los
judíos genocidas.
Los sindicatos se desploman con su cultura rapaz en mero circo, con mucha lucha.
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