Fulda, Hesse
Ahora que tengo un nieto norteamericano aparece con más fuerza mi relación con EE.UU. que sin haber sido muy consciente nunca de ella ha tenido mucha presencia e influencia en mi, en determinados sentidos desde luego mucho más que la de cualquier otro país.Para empezar descubrí de niño Estado Unidos estando en Alemania, en realidad a los norteamericanos o más concretamente al ejército americano. Estudiaba en el colegio alemán de Bilbao y me mandaros dos veranos enteros a Alemania, a Fulda, land de Hessen. Tenía 9 y 10 años.
Viví con un matrimonio y su hijo de 5 años, y me aburría soberanamente, además de hacer ascos a la comida como yo solo sé hacer (bueno, y mi hermano también pero por lo contrario). El hombre (no diré señor, no se me tome por el servicio y en términos de suma precocidad) de la casa trabajaba en una oficina y era profesor de natación, que era mi liberación: ir a la piscina al atardecer. El agua estaba helada. Tenía en la frente un pequeño agujero que yo siempre asocié a una bala, ¿sabía entonces algo de la II Guerra mundial? Puede ser, porque cerca de mi casa (de aquella familia) había unas fotografías de Fulda arrasada tras la guerra, que me quedaba mirando absorto las veces que pasaba, que eran todos los días (iba a comprar el pan) y ahora que estaba allí no había rastro de aquello, parcialmente moderna para ser una ciudad muy pequeña. Lo único que mal-quedó en pie fue la catedral donde está enterrado San Bonifacio, que daba nombre al colegio alemán de Bilbao, que así es como se llama o llamaba.
Colegio alemán de Bilbao, así estaba cuando iba yo, y así debe seguir
Lo poco que me entretenía en Fulda, quitando la piscina, era ir a tomar café a las afueras con la madre de la mujer de mi familia -cada una se pagaba lo suyo- e ir a visitar a la familia de uno de los dos los domingos. Cuando ocurría lo primero, que el café comportaba para mi y el niño (Delf) sendas raciones de apfelkuchen, invariablemente veía pasar los convoyes del ejercito USA, los GMC con la estrella en las puertas. Yo entraba en un estado próximo al arrobamiento. Los domingos que visitábamos a los padres de uno de los dos, era en una casa de labranza a unos metros solo de la Grenze (frontera en alemán, término que resonaba con un reverbero amenazador). Yo veía al otro lado de las alambradas a la Volkspolizei la policía de la República Democrática alemana en el campo. La imagen que tengo es verlos sentados en unos sembrados; era una zona agrícola de granjas dispersas. La amenaza estaba a unos metros y percibía la preocupación de ellos por una eventual invasión soviética. En televisión y en silencio veíamos las imágenes de los que saltaban el muro de Berlín que en aquel momento se estaba levantando. Eran imágenes del momento, no retrospectivas. Sin ser consciente de la gravedad tuve noticias por una amiga de mis padres de San Sebastián, que tenía la hija (la dulce Mirari) allí de repatriarnos. Hace tan solo unos años supe que el corredor de Fulda era la zona donde los americanos tenían previsto una posible invasión de los blindados del Pacto de Varsovia.
De todo aquello que escapaba a mi entendimiento me quedó para siempre mi simpatía por el ejército norteamericano, por aquellos convoyes de camiones con la estrella en la puerta, que lo convertí en odioso cuando me hice marxista. Y también una frase en alemán que he repetido toda mi vida: Die Amerikaner sin da (los americanos están ahí) cuando veía actuaciones de ellos.
Nadie me explicó donde estaban la libertad, la democracia y los derechos. Me vino dado de niño en Alemania. Debió ser otra inspiración como cuando dejé de creer en dios, pero para entonces ya estaba con los jesuitas. Tengo dos experiencias o vivencias más del ejército americano, que aparecerán en venideras entregas.
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