Para un escritor de no ficción la experiencia de editar libremente es muy distinta de la del escritor. Convendría hacer un distingo previo entre literaturas. Me parece siempre muy enojoso y esponjoso explicar las obras de ficción o fabulación que haya escrito uno por si mismo. Cuando presenté mi último diario (en realidad era un libro de filosofía más que de humor contrastado, pero nadie lo pilló), no sabía ni que decir, porque hablar de uno con gente escuchando es bastante absurdo e incómodo, otorgarse demasiada importancia; al ser creación incurren muchos, siguiendo al Creador, en una suerte de divinización de lo más insulso, reseco y romo. O ya más taumatúrgicos, sentar denuncias y mensajes de pareja estupidez.
Todo es muy distinto si hablas de un tema que te interesa y entiendes, en mi caso por referirme a dos temas: el ensayo en la literatura canaria como algunos autores o el Sáhara. En esta caso hablas de pasiones, de cosas que defiendes y quieres dar a conocer, incluso divulgar y promocionar. Decía E. Beneviste que en todo enunciado el que habla quiere influir en el que escucha. Pues no digamos en un ensayo. Ese es el impulso con un premio asociado: el hecho de escribir.
Como editor aparecen otras sensaciones y pensamientos, relativos a la iniciativa personal, la contribución cultural, de filosofía política y moral, que es de mayor aporte a un tema de tu interés multiplicando los efectos; no abres ángulos sino que inauguras áreas. Con mis dos primeros títulos hago justicia a ideas, actitudes, valores democráticos y de progreso, conocimiento de realidades y argumentaciones no escuchadas que merecen salir a la palestra.
También que lo que haces podían hacerlo otros, pero en su ausencia te toca a ti, lo que tiene de bastante compromiso, porque ese sentimiento lo tuve bajo el franquismo.