viernes, marzo 16, 2018

La dificultosa evacuación marítima

Me afloró el ramalazo canario, que es cuando me vinculo a través de  la cultura y algunas historias  familiares al territorio, y aparecen el padre y la tía de XY hablándome de Canarias recién llegado. Anteayer en Las Palmas le evoqué a él,  cuando contaba como cambiaba de isla para divertirse, con determinadas observaciones. Ayer estuve con un amigo de las Palmas en la cota de 600 metros. Según él, 700.  Me contó verdaderas aventuras antifranquistas de mucha audacia, dignas del cine, pero  me dijo que bajo ningún concepto las debía contar. ¿Entonces no tenía miedo y ahora sí? Se entiende aún menos cuando lleva la vida parando a la gente en la calle para decirle que es comunista y ateo, o de Hugo Chávez. Y ahora tiene  voto de silencio... El franquismo se ha recrudecido; con esta escalada regresiva terminaremos en la guerra civil.  Estos absolutistas (sedientos de absolutos) siempre acaban poniéndose sacrosantos y austeros como castellanos en semana santa con pellizas de pastores. Se clavan al dogma con la máxima crudeza y eso les da sosiego y certidumbre metafísica. Ellos sostienen   que el mundo se rige por leyes materialistas, pero  luego viven en clave metafísica  de una manera inhumana.
Le llevo a casa en coche y hasta entonces iba todo  muy bien y normal, pero va a salir y se empieza a enredarse primero dentro del coche.
-Tú estás borracho- le acuso.
- Sí, sí…-lo dice riéndose. Miro por el retrovisor y mientras libraba una batalla absurda con nada que realmente le aprisionara, una ristra de coches detrás nuestro esperaba. Cuando por fin ha dispuesto todo (ha roto redes, superado vallas, atravesado tubos)  y va a salir resulta que  no se ha desabrochado el cinturón de seguridad. Pienso para mí “pero qué es lo que  ha estado haciendo hasta ahora”. Si lo que dificulta la salida es el cinturón en todo caso, me paso anteayer en Las Palmas y Manolo me lo tenía que soltar. Se lo quito: “joder tío, cuántas dificultades”. Retrovisor. Pensaba: los coches empezarán a tocar la bocina  y vendrá  el agente de la  municipalidad  que  deducirá que si el saliente está borracho, el permanecido dentro también lo estará.
Ahora la escena cambia para ofrecer un  sesgo marítimo. Mi amigo está colgado de una mano del techo de la amura de popa de un coche aparcado. Los pies los retienen en el mío. Solo falta que el mar con su corriente separe los dos coches y este caiga de bruces al agua, que en realidad es asfalto.
-Libera primero los pies y no te desenganches del techo, a ver si te matas- Logra hacerlo finalmente. Por sus movimientos pareciera que no sabe nadar.
-Pero que borracho estás.
- Sí, sí- Al fin logra zafarse de su psicomotricidad, sigue riendo como si en lugar de beber hubiera fumado.
No es la primera despedida de este tipo que me ha brindado en alguna otra ocasión. Una vez me vomitó en el coche, sacaba la cabeza por la autopista pero volvían algunos jugos gástricos y líquidos perturbados en su digestión, al coche, salpicando la carrocería de violetas y burdeos lluviosos.    

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