sábado, abril 01, 2017

El tren de Córdoba va lleno

El tren de Córdoba a Cádiz va lleno, pero nadie sabe que menos de una decena llegaremos a Cádiz. Es un tren pletórico de bullicio, una  me ha quitado el sitio, otra arroja mi maleta contra el suelo como si pretendiera que llegara a las vías para poner la suya, y una tercera ha confiscado mi ABC y EL País, que creía eran del tren, que me obliga a reconvenirlas, pero por darme a la palabra, no porque esta tuviera una finalidad distinta a su mero uso. Sé muy bien donde me muevo.
Cádiz es un lugar más allá de los confines. Emerge entre el agua como un horizonte nunca alcanzable.  El pasaje parece confabulado para  no llegar a su destino último: esa ciudad- me quedo con otro en el vagón. En Cádiz desembarcamos menos de una decena. No se  ven ni taxistas. En Cádiz el cachondeo nace de la nada, es como una impregnación salitrosa y ríes como si hubieras fumado. Tenemos buen equipo, compenetrado, todo hay que decirlo.
Me hospedo en la parte de Cádiz que doy en llamar Burgos-costa. El ensanche itsmíco de la ciudad me recuerda por la construcción y falta de algo a Burgos. Me lo camino, el sol parece digno de muy entrada la primavera. Es una ciudad muy sostenible, porque no se ha desprendido ni desplomado nada de algún grosor. No hay carril bici en todo el kilométrico paseo playero. Una casi me arrolla. Es como si apenas existiera municipalidad, lo que viene de lejos. Paso por la municipalidad propiamente dicha, un cartel tiene un enunciado más estúpido que falso. Las fronteras matan. Las fronteras jamás matan. La inmensa mayoría de los países tienen fronteras y jamás han matado a nadie, ni pueden hacerlo. Todos querrían vivir muy distantes de ellas.
Muy divertida nocturnidad. Los taxistas son insólita e insultantemente ilustrados. El último me ha dado la mano a dos manos porque era más veraz y yo encantado.


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