Me he puesto a leer narrativa de manera intensiva con las
últimas correcciones de mi libro sobre Francisco Aguilar y Paz. Es el más
“filosófico”, por lo que la claridad y coherencia conceptual han de ser más exigentes.
Hay que ser preciso en las ideas, poner el concepto que es, que tenga el
significado correcto (que puede variar un poco en otro lugar), discriminar los similares pero no
suficientemente exactos o apropiados,
tener cuidado de no repetirlo, además de mimar, claro está, la forma, que para mí es muy importante. Me
sale el humor y he de contenerme para no meter chistes que irían de maravilla,
pero me cargaría el libro irremisiblemente. Me salen golpes. Pero yo me debo al intelectual Aguilar y a los que les interese, que serán unos cuantos.
Una de las cosas
que más me halagan es el haber hecho
gracia o reír. Un amigo me dijo, que no olvidaré, que se había reído con alguna
descripción mía de la Guía de Playas de España, Manolo Vidal, de mi último libro del Sáhara, que tenía humor;
mi hijo (ahora en un islote de Indonesia, vía Tokio y Yakarta) que se había partido
de risa leyendo el manuscrito, me lo contó mi hija, de Línea Líquida, igual que
el catedrático.
Compré varios libros en Bilbao, dos en Córdoba (uno ya lo
tenía, lo sospeché, pero sentí la ilusión de poder tener uno más: Moriscos y
Al Ándalus) y ninguno en Cádiz.
Compré “El hombre superfluo” por el título y el autor:
Turgeniev. De Tvetan Todorov “La experiencia totalitaria”. Después encontré a
un premio nobel noruego seguidor de Hitler y al que desde hace años venía oyendo citar muchas
veces: Knut Hamsun (la última ayer leyendo a Victor Serge) y “La
bendición de la tierra”, me he leído sus 350 páginas de varios tirones, que aún
reverbera en mi como un episodio de vida humana muy intenso,
dejando una vibración emocional o sugestión que no termina de disiparse en tu
mente.
Y por fin a Victor Serge “La ciudad conquistada”. Es
impresionante. Soy un absoluto admirador de los grandes escritores, comunistas importantes, que pasaron a denunciar esos regímenes, acusados de traidores, rechazados por las mayorías intelectuales dominados por las ideas comunistas
de Occidente, que afrontaron la denuncia desde la soledad. Escribieron grandes
obras. Uno es Arthur Koestler También los intelectuales que se enfrentaron a la
“corporación (¿o sindicato?) de intelectuales izquierdistas", que fue una plaga
en todo el sXX. Tengo ya una biblioteca sobre estos con el regalo reciente de
Jean Francois Ravel.
Vi la exposición temporal en el Museo de Bellas Artes de Bilbao, y lo compré. Me gustó más reencontrarme con mi museo y sus fondos permanentes.
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