sábado, abril 23, 2016

Plantar un árbol y Chelsea


Me he pasado muchos años yendo a la costa del sol en vacaciones, la primera vez que fui, fue cuando decidí dejar de ir al País Vasco: no soportaba ya el ambiente político. Allí viven unos íntimos amigos, en Mijas. Y una pequeña parte de la boda de mis hijos se celebró allí, en familia (multitudinariamente).

A la entrada de la finca de ellos hay dos árboles ya grandes, el menos robusto, como se ríe Serena, soy yo. Tiene mi nombre de guerra con ellos: Joe. Es mi árbol, es como si lo hubiera plantado yo, sin hacerlo. Dado lo vago que soy, mucho mejor. Le doy una mínima importancia, pero se la doy, es algo que tengo, que  me han hecho, se trata de un árbol.

El otro día me dice XY:  High five! Chocamos las manos y pregunto ¿por? Los dos árboles talados que cuando empezaban a dar ramas la municipalidad de forma enfermiza las cortaban, los van a dejar crecer, ya han dejado su nuevo tronco, y eso se debe a tu artículo. Se lo he de contar a E.

Pues igual sí y he redescubierto el sentido común a coste cero. Viene a coincidir. Escribí un artículo en contra de la deforestación de la carretera por Vistabella. Más que las probabilidades (ya me satisfacen) de la influencia está el resultado. Ayer cuando subí al Spar, vi el de la entrada de la calle. Cierto. Me acuerdo ahora de otros árboles pendientes.
El ser un demócrata liberal, pluralista y laico, hace que no tengas metas que proponer, sino la máxima conservación de ese marco, y en todo caso reformas que mejoren la vida de la gente. No obstante siempre trato de influir, por tanto lo de esos dos árboles, si ha sido por mi, me parece un gran logro -nadie nunca antes había dicho nada. Mi pretensión de influir como lo he contado mil veces, se trata de una labor deconstructiva, de revolucionario viejo topo, contra todo los trasfondos milenaristas, utopistas, redentoristas, revolucionarios que comporta la no asunción de la condición mortal y limitada del hombre. Esos anhelos de hombres nuevos, paraísos terrenales, pensamiento mágico, fantasías prácticamente de transubstanciación, todo ese mundo de supersticiones y oscurantismo que encima, lo más arcaico, se hace pasar por progreso, es lo que yo trato de erosionar, socavar y destruir donde estén presentes.
Yo prefería mil veces a los etarras que asesinaban y morían e iban a la cárcel, que a los nacionalistas y la sociedad vasca en general que comulgaban en el sentido de cuerpo místico de Cristo, silenciosa turba, con ellos, cuando decían que todas las ideas son respetables. Eso es falso de toda falsedad: las ideas racistas, etnicistas, machistas, nazis, comunistas, fascistas, teocráticas, nacionalistas, totalitarias son letales, criminales, abyectas, abominables y en absoluto merecen ni el más mínimo respeto. ¡Ninguno! Mucho menos para mi generación. No hay nada más criminal que las ideas. Esto es algo de cultura general, pues ni así. En todo caso debiera ser intelectualmente muy asequible distinguir ideas de personas.
Chelsea, mi amiga de Cádiz ha tenido dos gestos que agradezco. A) Que conmigo la diversión está garantizada, mayor piropo no puedo oír, me he convertido en un gaviño, marieta y amigos de juventud con los que con solo vernos nos reíamos cómplices
B ) que se va coger una semana de vacaciones en agosto para cuando haga mi viaje al sur y a Ceuta.



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