Como en mi itinerario veraniego está incluido Ceuta, pero no
sé exactamente cuando voy a ir -me agobia (creo que es pereza o las dos cosas)
marcarme plazos- he entrado en internet
para buscar mi hotel. Aunque no me acuerdo del nombre ni la calle pero sí la
zona, resulta que el hotel ya no existe.
Fue hace 10 años, luego pasé tres veces más por la ciudad,
pero solo la primera pernocté.
Era el equivalente a la zona cristiana de Beirut de los años
70, por dar un poco lustre al relato, en básicamente andalusí, clase media
funcionarial civil y militar. Me parecieron todos muy felices, qué expansivos,
dorados y lozanos tomaban sus cañas y sus tapas, como los veraneantes cordobeses y madrileños de Fuengirola. Te
pones a su lado y les dices: no tengo dinero, ¿me invitan a una caña?, y te
dicen que sí, tírale una a éste, ordenan
a Pepe el camarero. Como si fueran vascos. Habrá alguien más feliz y satisfecho
de vacaciones que los hispanos. Como no sean los italianos…, se me ocurre. Los
argentinos no, porque esos están felices todo el año. Por el puerto también
veías algo de proletariado cristiano y mozarabí, y por las zonas altas
musulmanas musulmanes, y transiciones. Me pasé todo el día en la calle, no
porque me diera miedo el hotel, que no era edificio vacío y sin recepción,
sino por curiosidad extrema.
He visto antes en internet en hoteles de
la ciudad un pensionado auténtico, que al parecer es mi sino actual de
viajar, aunque con aspectos algo escalofriantes. Las ventanas del segundo piso
(no hay más) tienen rejas, zona
portuaria, se anuncia que cada habitación tiene radio y los visillos que
parecen plastificados llegan a la altura
del alfeizar. Es bastante tétrico y yo soy muy tiquismiquis. Rosana me lo
recomienda, que el dueño, Paco, es un tipo estupendo con el que puedo tomar
esbirras.
La vez que pernocté me tiré 22 horas sin hablar con nadie,
solo por móvil, y se me quedó la lengua seca. La “húmeda” decían los amigos de
argots o jergas carcelarias o barriobajeras, palabras que yo jamás uso, y que
no me hacen ninguna gracia, y cuyos usuarios quedan inmediatamente
descalificados ante mis ojos.
De agosto me gusta el calor y cuanto más mejor, yo jamás me
quejo de calor, y sí de frío. Me acuerdo perfectamente de la vez que más frío
pasé, de lo insoportable que era, pero
no de calor. El verano me gusta tanto por el calor. Lo que no me gusta es el
turismo. Ni como fenómeno colectivo ni
cada uno individualmente, vistos uno a uno de frente, espaldas o costado, si
exceptuamos las explosivas.
El único turismo que me atrae es el turismo marroquí en el
puerto de Algeciras y Ceuta. Esa mezcla de serranías del Rif de procedencia y
banlieue de París o Lyon de desarraigo de los jóvenes. En el puerto de Tánger
vi una escena inolvidable. El choque de
mundos en uno y la falta realmente de mundos
propios, hablando ya de política.
No me gusta Ceuta porque nadie va, sino porque soy yo si
fuera ciudad, que seguramente habría sido lo mejor que me hubiera podido pasar.
El riesgo, que te
hubiera tocado ser Roma, la ciudad eterna, eso sí que no.
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