domingo, julio 12, 2015

De Trotski a Chukri, de Petrogrado a Tánger

 He seguido con el libro sobre la Revolución permanente de Trostski, y con el periodo revolucionario que va de  febrero a octubre (¡OCTUBRE!) de 1917. Me confirma que la idea y conocimiento del papel de Lenin en la revolución era la correcta. Para mí Lenin ha sido siempre la oportunidad del ahora o nunca, y efectivamente. Atrás quedaron mencheviques, socialistas-revolucionarios, alas de derecha de los propios bolcheviques. Siempre fue para mí el ejemplo perfecto de revolucionario (golpista de izquierda). Lamento confesarlo, pero le admiré, no tanto por los crímenes que auspició y organizó como por sus dotes revolucionarias. Aun siendo la mayor cumbre de la criminalidad política, Lenin me libró de todo el espíritu cristiano e hizo que pudiera considerarme revolucionario y antiburgués. El ser antiburgués no es un credo o una práctica sino una hostilidad (muy subjetiva) a determinados valores que tienen que ver  en parte con la hipocresía.  Mi inadaptación, mi afán por  no pagar precios, mi hostilidad a formas, ideales de vida o valores dentro de mi estricta corrección y mundanidad, sería lo antiburgués. Lo burgués que desprecio  es  el de izquierdas antes que el de derechas. Con lo burgués de derechas, como  el conjunto de la derecha no estoy  en  guerra (no es ya mi enemiga de clase), y me suelo llevar bien o incluso muy bien.
Lees ahora de Lenin a través de Trotski y reconoces su antigua seducción intelectual,  los juegos absolutamente racionalistas sobre principios generales y  categorías abstractas que se engarzan como  en mecánicas o puzles perfectos, pero en realidad se trata de sustancias y previsiones –Lenin fue intuición  y apuesta prodigiosa- de elementos subjetivos en las masas (determinación o vacilación y dudas) y ¡oh! las famosas contradicciones.
Todos estos intelectuales pequeño burgueses han sido los nuevos popes, o jesuitas en el caso de los Castro gallego-cubanos, de las masas y se las  llevaron a  sus iglesias y religión más por las malas que por las buenas. Las masas, el pueblo, se vuelve a confirmar, jamás han hecho una revolución –la revolución rusa en realidad fue una guerra civil tras un golpe de estado- solo se apuntan a estallidos puntuales cuando es claro el rebasamiento del punto de no retorno para la nueva caída pendular, entonces y solo entonces ocupan las plazas “y anchurosas avenidas” que cantaban los comunistas chilenos.
El marxismo tiene el embeleso de la irrupción en la adolescencia del pensamiento racional con su soberanía inaugural  que  ha hecho desaparecer las culpas infantiles, la autoridad cuestionada e instaurada la autonomía racional. Haber sido leninista te refugiaba en la autosuficiencia de la adolescencia y te hace ver la política como un juego de poder y movimientos, que solo los pequeño burgueses estamos llamados a controlar. La gestión no interesa nada y menos la actividad política convencional.
La otra opción hubiera sido mucho peor: el amor (falso) a los “explotados” (que durante dios siglos monopolizaron la idea de opresión o vulnerabilidad; lo trato en mi libro en curso) del conjunto del laboralismo.  Esa lacrimogenería falaz y cursi. Nosotros nos intuimos criminales y en consecuencia devenimos escépticos antropológica  y culturalmente, pero no cursis ni buenos ni superiores moralmente.
Chukri es el mundo canalla moro, cosmopolita al máximo, la vida cruel, marginal, del perdedor pero  sabio, vida vivida, empírica no concebida a tiralíneas con propósitos prometeicos y fríamente inclinada al crimen sin límite por ideas absolutamente falaces.



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