He seguido con el libro sobre la Revolución permanente de
Trostski, y con el periodo revolucionario que va de febrero a octubre (¡OCTUBRE!) de 1917. Me
confirma que la idea y conocimiento del papel de Lenin en la revolución era la
correcta. Para mí Lenin ha sido siempre la oportunidad del ahora o nunca, y
efectivamente. Atrás quedaron mencheviques, socialistas-revolucionarios, alas
de derecha de los propios bolcheviques. Siempre fue para mí el ejemplo perfecto
de revolucionario (golpista de izquierda). Lamento confesarlo, pero le admiré,
no tanto por los crímenes que auspició y organizó como por sus dotes
revolucionarias. Aun siendo la mayor cumbre de la criminalidad política, Lenin
me libró de todo el espíritu cristiano e hizo que pudiera considerarme revolucionario y
antiburgués. El ser antiburgués no es un credo o una práctica sino una hostilidad
(muy subjetiva) a determinados valores que tienen que ver en parte con la hipocresía. Mi inadaptación, mi afán por no pagar precios, mi hostilidad a formas,
ideales de vida o valores dentro de mi estricta corrección y mundanidad, sería
lo antiburgués. Lo burgués que desprecio
es el de izquierdas antes que el
de derechas. Con lo burgués de derechas, como
el conjunto de la derecha no estoy en guerra (no es ya mi enemiga de clase), y me
suelo llevar bien o incluso muy bien.
Lees ahora de Lenin a través de Trotski y reconoces su
antigua seducción intelectual, los
juegos absolutamente racionalistas sobre principios generales y categorías abstractas que se engarzan
como en mecánicas o puzles perfectos,
pero en realidad se trata de sustancias y previsiones –Lenin fue intuición y apuesta prodigiosa- de elementos subjetivos
en las masas (determinación o vacilación y dudas) y ¡oh! las famosas
contradicciones.
Todos estos intelectuales pequeño burgueses han sido los
nuevos popes, o jesuitas en el caso de los Castro gallego-cubanos, de las masas
y se las llevaron a sus iglesias y religión más por las malas que
por las buenas. Las masas, el pueblo, se vuelve a confirmar, jamás han hecho
una revolución –la revolución rusa en realidad fue una guerra civil tras un
golpe de estado- solo se apuntan a estallidos puntuales cuando es claro el
rebasamiento del punto de no retorno para la nueva caída pendular, entonces y
solo entonces ocupan las plazas “y anchurosas avenidas” que cantaban los
comunistas chilenos.
El marxismo tiene el embeleso de la irrupción en la
adolescencia del pensamiento racional con su soberanía inaugural que ha
hecho desaparecer las culpas infantiles, la autoridad cuestionada e instaurada la
autonomía racional. Haber sido leninista te refugiaba en la autosuficiencia de
la adolescencia y te hace ver la política como un juego de poder y movimientos,
que solo los pequeño burgueses estamos llamados a controlar. La gestión no
interesa nada y menos la actividad política convencional.
La otra opción hubiera sido mucho peor: el amor (falso) a
los “explotados” (que durante dios siglos monopolizaron la idea de opresión o
vulnerabilidad; lo trato en mi libro en curso) del conjunto del laboralismo. Esa lacrimogenería falaz y cursi. Nosotros nos
intuimos criminales y en consecuencia devenimos escépticos antropológica y culturalmente, pero no cursis ni buenos ni
superiores moralmente.
Chukri es el mundo canalla moro, cosmopolita al máximo, la
vida cruel, marginal, del perdedor pero sabio, vida vivida, empírica no concebida a
tiralíneas con propósitos prometeicos y fríamente inclinada al crimen sin
límite por ideas absolutamente falaces.
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