En el Instituto de Estudios Canarios aconteció el miércoles a la noche un hecho que bien podía transportarnos a Viena
o París, por la altura y el diseño de la
conferencia de Víctor. Habría que viajar seguramente para gozar de una
disertación tan académica, con la
agilidad de quien maneja a la perfección la puesta en escena, y de alguien que
habla un español envidiable (algo en lo que no se repara, pero que es una
fuente de placer su escucha).
Como en las buenas biografías el conferenciante hizo un
esfuerzo de interpretación de la psicología del autor, de inferir intereses, ponderar defectos, interpretar actitudes… y situarlo en el haz de sus
relaciones, época, cultura e historia.
Una biografía que nos recordaba a los grandes biógrafos como pueden ser
Safranski, Jordi Garcia o Juaristi, aunque abreviada y oral. Pero un compendio sólidamente construido y tan bien entrelazado como una buena novela (de Literatura).
Vivimos durante más de dos horas un sinfín de vicisitudes, trasladados
a una época y un personaje muy atractivo, no solo por su obra universal, sino precisamente por su complejidad, contradicciones,
desorientación, vicios, flaquezas, oportunismo poseídos por el genial maestro. Un mago de la creación
artística, un adelantado dispuesto a hacer añicos la cultura ambiental por
anquilosada y caduca. Nadie de los que
asistió podrá decir después de la conferencia que no conserva ya una idea
vívida y casi empática de Richard Wagner. No solo por él sino por la variedad e
influencia de todas sus condiciones familiares, afectivas, sociales, culturales
y políticas que le rodearon.
No conoceríamos bien al personaje, si su historia acabara
con él. Nada acaba con uno, porque para eso están la familia, amigos y entorno
para dar el postrero barniz a un
retrato.
No hubiera sido igual la conferencia sino hubiera traspasado la oralidad y la imágen con la música y el canto, como señalaba
el programa.
Del Wagner hablado y de las imágenes proyectadas pasamos a
su música de la mano del Maestro Eduardo
Hernández Roncero, el canto y el maestro Manuel Cavero i Pueyo
al piano. Entramos así de lleno en el plano de la experiencia artística, del
arrebato de las emociones, de la rendición final en el acto culminante de
nuestra entrega a una música que enlaza lo dionisíaco con lo apolíneo .
No puedo, ni quiero librarme del indispensable recurso sicológico
de la vanidad que sustenta nuestra frágil identidad, para dar cuenta de la Oda a lizundia que había compuesto para mí el Maestro del canto y que declamó atronador posteriormente en un bar. De siempre había presumido de que la
palabra de mayor parentesco fonético con
mi apellido era enjundia.( En su semántica vascongada es cenegal, o sea limo genésico, barro bíblico, vida incipiente). Lo que siempre
lo he tomado como un acto de justicia que se me hacía, pero jamás había pensado
en otro parentesco tan próximo y solapable como es jocundia. Gracias Maestro. Créanme si digo que sentirse
arbolado por enjundia y jocundia es una sensación similar a poseer un designio, un fatum, un patronazgo, un advocación. Un talismán. Enjundia
y jocundia: mi yo más propio.
Por lo que vi, Víctor se ha dado a conocer a sus propios
amigos, habitualmente tiene comportamientos y actitudes reñidas con la
ecuanimidad, la relación reposada, fluida y civil, el análisis, el esfuerzo de dar u ofrecer, de lo que hizo gala sin embargo. Por lo que los
más próximos ya le han conocido mucho
más. El resto del mundo le seguirá mirando con desconfianza y zozobra
justificadas.