Lviv se escribe en
muchos idiomas de manera muy diferente. En alemán es Lemberg, Lviv en ucraniano,
Lvov en ruso y para los judíos era su Jerusalén europea. No sé si tanto como Vilna. Se dice que es la cuna
de la independencia de Ucrania; si Kiev, capital del Ucrania, lo es de Rusia ya
tenemos la Matroska. Acabo de oír que ha habido ametrallamientos en Ucrania.
Estas dos últimas semanas de lecturas intensivas me han
llevado a la ciudad de Lviv y luego todo se enreda o se enrosca porque
vuelve a aparecer, como con el traqueteo breve de una ametralladora, Lviv. Ya había
oído hablar de ella, y nunca situaba bien en el mapa Galitzia ni otras regiones
del Este, pero ahora que me estoy rusificando
consulto Wikipedia cada dos por tres.
No sabía si había nacido allí Joseph Roth, por lo que vuelvo a consultar nuevamente: es de Brody
(también imperio austro húngaro y ahora Ucrania). Los judíos periféricos adoraban el Imperio austrohúngaro en el que tenían cabida,
como todos los pueblos o minorías nacionales sin estado o sin territorio. Le he atribuido y sin ningún fundamento a Lviv un papel coleccionista de gentilicios, por lo que busco
a Paul Celan, por si estaba próxima Bukovina (antes Rumania, Moldavia), pero no lo está tanto.
En toda esta área del
limes oriental del imperio austrohúngaro
se hablaba alemán, que era el idioma
culto, como lo era el polaco. Familias
alemanas desde el S.XVI estaban colonizando el este y llegaron al Cáucaso, siguiendo muy
apegados al idioma y las costumbres germánicas. El Ejército Rojo con su avance
a Berlín en la II Guerra mundial desplazó
a Alemania a 3 millones de personas de origen alemán. Fue una venganza.
Lviv sale en un libro sobre nacionalismo del canadiense Michel
Ignatieff, un intelectual del que soy devoto, también lo saca a relucir mi
primer soviético: Ilya Ehrenburg, ya voy
por la página 1.300 y también lo hace otro
soviético Isaac Babel, que merecen comentario posterior.
Tanto Lviv en todas partes,
que el viernes compro Mi Lvov
de Wittlin, del que no había oído jamás
su nombre. Él se formó como poeta en esa
ciudad galitziana y fue íntimo de Joseph Roth, galitziano como él. Gracias a Ignatieff -dos días después lo leeré a Witllin- me
entero de que en Ucrania occidental existe la Iglesia metropolitana ortodoxa
católica.
Isaak Babel lo vengo
oyendo desde que era bien joven, citado
por revolucionarios, en libros de historia, literatura, nombrado
mucho por la elite literaria rusa de la Revolución antes obviamente
de su exterminio por Stalin, pero no le había leído. Como tampoco
he leído a Karl Radeck y a tantos otros.
Compré varios libros, otro de Pushkin, pero quien me ha impactado
ha sido Babel, ¡qué maravilla! Pinceladas de realismo muy azaroso, crudeza
comarkiana, humor, objetividad a veces telegráfica, ironía y un cinismo de fondo nihilista, una
falta profunda de fe, de creencias, que se torna sarcasmo bajo un cielo
despojado de cualquier hálito de divinidad y ni siquiera de bustos de Lenin, por
mucho que lo cite, que no me extraña nada que Stalin lo ejecutara, como a
tantos decenas de miles, solo revolucionarios, para no cuantificarlo con los
millones a los que dio matarile.
Con tanto Ehrenburg
ya estoy en condiciones de aventurar una tesis para que Stalin no lo asesinara,
que se lo pregunta alguien en su libro
de memorias. Tras tantos páginas pues, porque no entendía que se salvara -no
deja de ser el típico intelectual-, creo que su suerte se debe a dos factoras,
a haber estado a cargo de todo el aparato propagandístico de captación de
intelectuales occidentales, lo que eran los congresos para la paz, con
Münzenbergen, el gran genio del cine alemán buscando compañeros de viaje de los
comunistas sin que tuvieran que enseñar la patita, y su periodismo de arenga y
combate durante la II Guerra Mundial que
catalizaba a los soldados rusos más que el vodka. La guerra de Babel sin embargo era un tripi muy soleado.