A la bandera republicana le deslucen dos déficits de origen:
falta de tradición en la historia de España e invisibilidad radical durante el
(anti)franquismo. Es un invento episódico de desgraciado recorrido y no fue la alternativa al franquismo, ya que
era la democracia, lo real.
Hace poco le oía decir a Julio Anguita que el proyecto
republicano no tiene por qué pasar por la tricolor nazarena. Anguita pertenece
a la vieja izquierda por lo que conoce a los clásicos de ese pensamiento y sabe distinguir entre teorías, tácticas,
estrategia, formas y contenidos… no
forma parte de la cochambre tosca y cerril del progresismo posmoderno actual.
Las monarquías actuales son bastante más civilizadas y
presentables que muchas repúblicas. Como no es lo mismo un sistema
que su forma, hay republicas que actúan como verdaderas monarquías absolutas. Caso
de Corea, Cuba, las nomenklaturas comunistas… El poder dinástico no tiene por
qué reducirse a una casa real, la tentación autocrática es más fuerte que el
accidente histórico concreto, como en Argentina,
Nicaragua y demás territorios y fuerzas bajo esa fascinación.
Cualquier acercamiento a la teoría política nos enfrentará
a las verdaderas formas de poder, mucho
más interesante que la mera forma de estado, e inmediatamente nos veremos ante
tiranías, oligarquías, dinastías políticas, autocracias, poderes totalitarios… Cualquier acercamiento a una
visión antropológica o de psicología social nos enfrentará a los mecanismos de los humanos y los grupos ante el poder. De entrada
es muy estúpido elevar a contradicción principal –que decíamos los marxistas-
la forma de estado en una democracia, ya que lo sustantivo es ésta.
Ocurre que la izquierda española, que no ha aportado un solo
teórico o desarrollo ideológico en su historia, y menos ahora, no está por el
conocimiento, teorías, reflexiones, avances… no es una izquierda de pensamiento
(¿alguien conoce alguna reflexión o aportación de ella? Si sí, que la
diga) sino de acción, de mucha,
demasiada acción, basta repasar la
historia.
Nuestra izquierda, poseedora de esos mimbres, incapaz de
mirar, solo mirar al futuro y la realidad, ha de proponer el pasado remoto –¿algo
más reaccionario?-, pero un pasado de revancha y exclusión. La bandera
republicana es el cáliz de la
verdadera oportunidad imaginaria y simbólica de la exclusión, de la
España de milicianos y obreros de alpargata y botijo, disueltos por el desarrollo
de la sociedad y la historia. La tosca
incultura de la izquierda española es tan patológica como su ebriedad por su
incompatibilidad radical con la derecha (extrema, ja). La gran anomalía de
Europa. Esa bandera constituye la gran promesa de exclusión, de ahí su halo feroz y
su memoria.
A esas bandas de nostálgicos semianalfabetos se les puede
entender, no dan más de sí. Lo que solo
España puede ofrecer es burgueses acomodaticios a las brisas dominantes, a la mejor
apariencia, el no desentonar, miméticos
de lo popular, actores de referencias, de impulsos de graderío, teóricos
de babero republicano sumidos en la radical ignorancia, aun así
encrespados, ideologizados de armas básicas, de lo elemental y furibundo.
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