Los libros que me traen no suelen ser de autores o temas circunstanciales, sino que me
abren nuevos territorios literarios, yo también pionero, otro pilgrim.
Abren, como digo caminos
antes apenas entrevistos, nuevos espacios literarios que hacen reflexionar lógicamente
sobre los campos que están imbricados en
la literatura -que no es un gas, pero tampoco un artefacto de polietileno-, por
ejemplo un tipo de sociedad histórica,
una cosmovisión, un trance de la civilización y una mirada muy distinta de las cosas de los autores
que casualmente ganan los grandes premios.
El hecho literario. El creador literario es el que es capaz de iluminar acontecimientos muy laterales,
pequeñas escenas cotidianas que nos dan precisamente la radiografía del sentido
de nuestro tiempo, su semiología, nuevas manifestaciones ansiosas y neuróticas,
recursos discursivos a la escala, en principio, más plana de todas. La literatura puede surgir hasta de un “pato termómetro” de un niño muy
zumbado.Tratas de adivinar a Saunders por la foto, cabeza ladeada, inteligencia tras sus gafas y en la frente ceñuda, mirada socarrona y escéptica, está de vuelta de todo, ha vivido seguro que en el Village, en Tribeca o en el Soho, divorcios sí, sin duda, sabe idiomas y es un cosmopolita –pero a la hora de escribir lo puede hacer, porque es un cosmopolita y no por otra razón, sobre una aldea no lejos del Mississippi-, y escribe en el ¡New Yorker!, aunque esto ya lo diga la solapa.
Básicamente lo que este libro de relatos viene a proponer es que ya no son los fotógrafos notariales de la sociedad contemporánea y de su densidad más cotidiana los profesores de universidad cultos y con alguna tara menor, léase Philip Roth, Coetzee, Ricardo Piglia, Marías los que dan cuenta de cuál es la vida que puede vivirse actualmente por los extremos más lúcidos, zona de rompientes y penumbras, y receptivos a las pequeñas grandes crisis humanas, pues no, ya no son ellos. Saunders lo refuta. El canon literario es dúctil y evoluciona.
Nada de campus universitarios y vidas desdobladas en auto ficción, la vida actual, nuestras coordenadas sustantivas pueden ser perfectamente percibidas en cualquier suburbio del Medio Oeste. No por intelectuales o escritores agudos sino por quién hace poesía grotesca, incluso faltas ortográficas, de la pequeña clase media en la realidad cotidiana de pañales, juguetes tirados, supermercados, imperativos laborales y en el seguimiento alegre y diligente de la común alienación social y laboral.
Saunders se adentra en la intimidad del hogar, en la voz más espontánea, banal y desordenada de las personas, en sus fantasías que restringen la realidad, en sus secretos, en la falta de cualquier pretensión no diaria ni pautada… Un o-caso de mucho cromatismo. Así da gusto.
En el ABC cultural el escritor argentino Rodrigo Fresan ilustra el libro con su calidad habitual. ¿Tendrá también familiares en Washington? Bueno no es necesario, lo publica Alfabia y Amazon es de todos, no como Aizoon.
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