jueves, agosto 08, 2013

Domingo López Torres

Llamar la atención -ha sido todo un encuentro- sobre la autora del libro de Paul Celan, que no es otra que Ingeborg Bauchmann, del Grupo 47 y exmujer de Max Frisch y amiga de Peter Handke

Si tuviera que elegir un poeta, seguramente elegiría a Paul Celan por obligarme a transitar a la oscuridad de lo transhumano  y a una opresión difícilmente soportable. Ya que   es en los límites  y en las mayores tensiones donde  sobrevienen algunas categorías estéticas, y por ende  el goce, todo lo ambivalente que se quiera. A Withman  lo elegiría si mi ánimo precisara la celebración de la vida, una poesía de estío.
Y si esa elección hubiera de recaer en un estudio y ensayo sobre poesía, sería el que hace Rodríguez Refojo en Artemisa sobre Sánchez-Robayna, que podría ser un doctorado.
Domingo López Torres, no lo había pensado hasta este mismo momento, puede evocar en su Diario de un sol de verano a Whitman, por su sensualidad ante la naturaleza, el agua, el sol y los cuerpos. Le falta el bosque de todos los trascendentalistas: Emerson, Thoreau, pero tiene el mar. En ambos casos la autoría está en manos de la naturaleza, se trata de participar de su protagonismo. Como epifenómeno casi.
Pero hay algo en Lo imprevisto  que me lleva a Celan, como pueden ser la fragilidad de la vida, la pérdida de su control, la indefensión, la comprobación de la irresistible fuerza de quién acecha para consumar el designio del mal. Un juego tenebroso entre abstracciones (conviene despersonalizarse)  que parecen fuerzas o voluntades impersonales. Esa oscuridad cernida es la que conturba.
Domingo López Torres, no lo vive como Celan en presente-pasado sino en presente-futuro inminente. Quién puede reputarse de teórico de Gaceta de Arte y de hecho así ha sido alguna vez señalado, no se enfrenta ante el hecho estético y existencial desde la estricta racionalidad de un teórico que fuera a ordenar y entender el trance último de la mano de la poesía, y tal vez dictar su testamento, sino templando  la pulsión poética de la manera más afinada y grave. El surrealismo deja de ser un juego y una sed de inspiración, una heurística. Esta vez se pone al servicio de lo contrario.
Lo verdaderamente asombroso como ya ha sido glosado, es la forma suprarrealista elegida. Viene a ser su kaddish anterior al hecho luctuoso y personal. No solo no pierde la compostura, ni se azora en los versos, sino que estampa la firma de su dominio del surrealismo, como integrante del clan que ostenta la máxima autoridad de ese lenguaje, vanguardia de la Vanguardia. Era otro posibilidad de  testamento, más perenne y bello.
Un glosador de su obra, escribía que en su trabajo prescindía de la obra no artística de López Torres. Su obra literaria, la ensayística de Gaceta de Arte, aunque prometedora no pasa de divulgativa: materialismo dialéctico, surrealismo y psicoanálisis, pero a mí me gustaría conocer la escritura política, la publicada entre otros espacios en La Tarde. Escribe en la Gaceta de la revolución de Munich de 1919 y sus famosos soviets, de lo que está informado (lo que no pega en ninguno de la Gaceta), amén de hacerlo también de Grosz (que sí pega y mucho). El célebre poema de él sobre generales y obispos no tiene la potencia subversiva de Crimen, los embates contra el orden burgués fueron mucho más consistentes en Agustín Espinosa y quizá Emeterio Gutiérrez Albelo, porque se dirigían contra los paradigmas de normalidad y de percepción de cualquier orden y jerarquía,  cuya obra (de Espinosa), de ser conocida, habría sido muy celebrada por Foucault y Lacan. Y Bataille.

 

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