Para un fiel seguidor de Hannah Arendt su película ha supuesto
un doble placer: verla ¡por fin! y
comprobar la extensión de su popularidad
(que no de su conocimiento), lo que no está nada mal.
Viendo esta gran película, meditaba sobre si había habido en
el S XX un pensador político de su talla, y a pesar de recordar a muchos, no
encontré ninguno equiparable. Quien más se podía parecer era Isaiah Berlín. Como me recordó un amigo,
éste no la tragaba y lo decía, le era literalmente indigerible Arendt, quien nunca
se refirió a él. Pura envidia. Comentaba hace poco un compañero de las lecturas
del casino, que Isaiah Berlín había reconocido que no tenía el suficiente
talento para ser un pensador político, por lo que se conformó con ser un historiador
de las ideas, campo en el que no pudo ser mejor, con toda la brillantez que
ofrece el academicismo británico: máxima claridad conceptual, mayor rigor analítico y exquisita exposición,
y que tanto nos ha enseñado. Pero no es
Arendt, Arendt es solo ella.
La película de Margarethe von Trotta tan solo recoge un
libro, que es un compendio de los artículos, para el New Yorker, de la cobertura del juico de Eichmann en Jerusalén, (libro
que populariza el célebre sintagma de la
banalidad del mal), y las
consecuencias para ella de ese libro. Es de las primeras, como dijo mi hermano
a la salida del cine, en señalar la implicación de los Judenrat (consejos judíos) en el exterminio judío colaborando con
los nazis (hacían las listas bajo una coacción terrorífica).
En la bibliografía de Arendt se trata de un libro circunstancial, no teórico que es en los que
se desarrollan sus ideas políticas.
Dicho esto, la película
dice lo esencial del entorno de Hanna Arendt: sus dos etapas con Heidegger,
cuando le dirige el doctorado sobre San Agustín (así es esta judía y la idea de
la vita activa) y es su amante, y cuando tras la II Guerra Mundial regresa a
Alemania a indagar sobre su reflexión
sobre el nazismo (tras su penoso Discurso del rectorado de 1933 en la Universidad de Friburgo a favor de los nazis), que
es ninguna. La judía Arendt asombrosamente respeta a Heidegger. A quien se le aplicaron
las leyes de desnacificación pero, como casi todos, estuvo poco tiempo inhabilitado.
Hannah en la época del doctorado con Heidegger
En la película sale mucho Mary, cuyo apellido fui incapaz de
recordar con los amigos después de la película, que era su gran amiga Mary McCarthy, escritora y profesora
norteamericana.El amigo judío alemán que al final de la película le
reprocha su proceder es el célebre filósofo judío alemán (como ella) Hans Jonas,
el gran pensador ético (la ética del S XX es judía: Buber, Levinas, Jonas, Cohen… ) de la ecología, que extiende la responsabilidad
humana al cuidado del medio y los animales.El amigo Kurt de Israel al que va visitar tras el escándalo por su libro, yo pensaba que
era Gershom Scholem, el gran estudioso de
la Cábala, que sionista, como lo fue ella y activista en París en los años 30, emigró pronto
a Palestina. Scholem rompería con ella por los artículos del New Yorker, igual que el de la película,
Kurt Blumenfeld.
Nos queda su marido (segundo), Henrich Blücher, que ya advierte en la película que ni siquiera había terminado
el bachillerato, lo que es cierto. Fue un trabajador manual comunista que formó
parte de la Liga espartaquista con Karl Liebknecht y otra gran teórica, Rosa
Luxemburgo (creo haber leído que Von Trotta va hacer una película sobre ella). Curiosamente tanto Isaiah Berlin como Hanna
Arendt admirarán a la militante y teórica comunista polaca. Creía en la
democracia y el pluralismo (y en la espontaneidad de las masas y en la huelga
general revolucionaria).
El que luego será su marido, combatiente contra el nazismo,
habrá de exiliarse. Es un alemán ario.
De joven conocí a algunos trabajadores manuales revolucionarios que no hacían sino leer, y eran
expertos en Mao o Troski, la revolución rusa, la permanente o la guerra popular prolongada
del campo a la ciudad…Hubo una izquierda proletaria que, aunque ahora parezca
imposible dada la concentración de analfabetismo, se formaba con los clásicos
del marxismo, y eran amantes de teorías, la historia y la discusión. Aunque algo
menos que Henrich Blücher.
Llegó a tal punto su formación autodidacta, que cuando se le ve en
la película coger su cartera de profesor para ir a dar clase, no lo hace a
ninguna academia o centro de mayores, sino a la New School for Social Resaerch, sin un trozo de título
que echar al currículo. La valía y preparación solamente.
En Hanna Arendt se han dado circunstancias esenciales: no es
inscribible no ya en corrientes de pensamiento o ideologías
sino que tampoco en campos teóricos, ni pertenece a todo el área socialdemócrata,
pero tampoco al conservador o liberal clásico. ¿Dónde está entonces? Pues en
un lugar intermedio por encima de los mapas coloreados. Lo más que cabe decir es que es una republicana radical, aunque no en el sentido
garrulo de nuestra paleoizquierda. Es la gran adalid del republicanismo o lo
que ella y Habermas llaman las libertades antiguas, es decir la participación y
responsabilidad políticas. En lo más
alto de la escala social, no está el homo laborans (del trabajo doméstico) ni
el faber sino el de la participación en la
esfera pública. El alto valor y máxima dignidad de la ciudadanía está en la
polis.
El peor enemigo de todo ello y que abre las puertas al fascismo
es el hombre aislado, deshumanizado y atomizado, el hombre masa manipulable, el que no se integra
en clases sociales ni en las
preocupaciones de la sociedad civil. Arendt es adalid de la participación
en el ámbito de la política (reino de la libertad y el heroísmo), superior al social. Nada digamos del ámbito privado donde difícilmente puede haber realización y reconocimiento imprescindible.
Los dos grandes libros de Hanna Arendt son Los orígenes del totalitarismo y La condición humana.
Esta autora ha sido justamente revalorizada con el tiempo,
cuando el ámbito intelectual o era marxista o liberal incrustado en la Administración
americana era una autora de minorías. Lo que les ha ocurrido a otros, que el tiempo
les ha dado la razón. Tal fue el caso de
Albert Camus o Raymond Aron con respecto aquel destrozo humano y político que fue
Sartre, ya definitivamente inhumado.
Nuestra autora también dará réplica a Heidegger y a su ser para la muerte que ha enterrado
cualquier brizna de metafísica. Frente al ser para la muerte o el ser
del ente arrojado al mundo, Arendt propondrá el volver a empezar, el
re-nacer. A la muerte, la natividad.
Originalísima es su distinción entre revoluciones políticas
(la americana: liberal y garantista) y sociales (dirigidas por burgueses que
terminan en Robespierre y el Imperio o Stalin y el Gulag).
Sus estudios sobre el judaísmo son imprescindibles como, ya dicho, de San Agustín.