miércoles, enero 30, 2013

Línea líquida, por MANUEL SUÁREZ *


Cuando José María Lizundia tuvo la idea de crear el

 blog que está en el origen de “Línea Líquida”

 descubrió con disgusto que otro Lizundia ya tenía

registrado un blog con su nombre, dedicado por

cierto al difícil arte de mezclar la pornografía con la

recia sonoridad del vascuence. Poco importó que el

probo pornógrafo hubiera creado su página mucho

antes o que hubiera cumplido con los complicados

trámites legales para registrarla como un ciudadano

ejemplar y seguramente buen padre de familia. En el

libro es calificado impunemente como “usurpador”.

Debemos familiarizarnos con este tipo de enfoque

para apreciar en toda su dimensión “Línea líquida”

pues para su autor son irrelevantes las cuestiones

que atañen a lo administrativo o formulario, a la

regulación vial, al sistema de alcantarillado, al falaz

concepto lineal del tiempo y en general a cualquier

estructura previa que encorsete o ponga límite a lo

verdaderamente importante que es lo inusual, lo

brillante, lo simbólico o lo sensual que se esconde

bajo la aparente atonía de lo cotidiano.
Y es que lo que lleva a cabo Lizundia en este libro es

uno de los más fascinantes ejercicios de deconstrucción

de la realidad que se puede realizar exclusivamente a

golpe de lenguaje. La rutina diaria queda totalmente

abolida en estas páginas en las que los acontecimientos,

las personas y los paisajes, despojados de todo lo

irrelevante, nos son presentados en su aspecto mítico,

como parte de una historia secreta e iniciática, hecha a

base de acontecimientos insospechadamente

conectados entre sí. El autor  nos muestra las

resonancias ocultas, el reverso deslumbrante de lo

anecdótico y nos guía, al son de su flauta de fauno, a

través de los misterios dionísiacos y órficos

acompañado de su coro de bacantes y sátiros, a alguno

de los cuales, castigado por los muchos años de

bohemia, les cuesta un tanto seguir el paso. En todo

caso estamos hablando de un fauno judío y

heideggeriano, con lo que ya presentimos que nos

vamos a adentrar en un territorio extraño.

Lugares totalmente desprovistos de encanto y glamour
para una mirada convencional como el Parra, La puerta
Verde, La estación Termini o el Palacio de Justicia,
rebautizado como El Castillo, pasan a convertirse bajo su mirada en los cafés vieneses de principios del siglo XX, en las cavas parisinas de la posguerra o en el neoyorquino Studio 54, sólo que en lugar de encontrarnos con Karl Kraus, Freud, Egon Schiele, Joseph Roth o Andy Warhol los personajes que los pueblan y habitan  tienen nombres como El Gran Mufti o Editor K., Proud Mary, Maximilian, La aterciopelada, La pujante,  HSM o El Teniente Coronel (alemán por supuesto), así como colectivos como el grupo de los saintsimonianos, la burguesía criolla y ganadera y hasta la chaqueta parda del Doctor Goebbles a la que podía haber cantado Leonard Cohen.

A lo largo de la Línea Líquida del título esta abigarrada galería de personajes aparece y desaparece en vívidas instantáneas que van perfilando su esencia, casi siempre en escenas nocturnas, de noches de entresemana, cuando según el autor la noche es noche de verdad y las almas que nunca se han encontrado pululan por la oscuridad sin fondo.
La mayoría de ellos, arrastrados por la corriente,  acaba confluyendo en El Parra, marco central de la obra y la mayor creación de su autor, un lugar que, como pueden atestiguar los que han estado en él,  en realidad jamás ha existido. Al Parra se le podría aplicar la definición que realizó Alfred Polgar del Café Central de Viena pues no es un pub como el resto sino una forma de ver el mundo.
En oposición a este lugar de brillo y bohemia nos encontramos con el Castillo visto como ámbito lúgubre y baldío. Lo frase más favorable que le dedica es la siguiente:  (El Castillo lucía unos temblorosos y decaídos colores que evocaban a Solana y el tenebrismo, unos claroscuros que casi habían abolido la luz.)
Entreverada en la narración como una suerte de metarrelato

asistimos a la irrupción incontenible e imparable auge y

ascenso del Hermano, con quien tengo el honor de compartir

esta mesa. Aparece tímidamente como Nuestro Nuevo Amigo y

termina siendo el alter ego inseparable del autor. En ocasiones

parecen Bouvard y Pecuchet, otras Wagner y Luis II de

Baviera pero las más de las veces son Platón y Sócrates

deambulando por alguna callejuela perdida, dos caminantes

urbanos y burgueses, dos ciudadanos del ática disimulando su

altísima peligrosidad social.


A pesar de ello hay que decir que las principales peripecias del

dúo nos han sido hurtadas y constituyen seguramente la base 

de una novela de aventuras filosófico-picarescas que aún está

por escribir.

Situado en las antípodas de “la norma imperante” el lenguaje

de Lizundia es todo menos complaciente y requiere una cierta

predisposición del lector. La frase normalmente se retuerce

para obtener el efecto deseado y en ocasiones los sutiles juegos

de palabras de escapan en una lectura superficial. Por ello sus

libros se encuentran como material de estudio en las bibliotecas

de las universidades de Yale y Oxford y no en las reseñas del

“Qué leer”.

No me resisto a citar algunos ejemplos, de los múltiples que

contiene el libro, en los que se puede apreciar la forma que

tiene el autor de crear una realidad alternativa:

a)Encontrándose en un restaurante y ante el juego de las luces

sobre una pared desnuda afirma:
Inmediatamente reconocí el desierto de Judea con sus tallos tiernos que pugnaban por arraigar en una superficie de minerales como del Mar Muerto, que los repelía. Tras el foco de luz oculto de arriba del sofá continuo del restaurante se explanaba el respaldo verde oliva, igual de neutro aunque machihembrado por grises de piezas calcáreas. ¡Oh cielos santos, si éste es el desierto del Neguev! ¿Estaría por Arad, el lugar donde vive Amos Oz? Decidí que sí.
b)En otro punto señala:
El jardín y el bosque me han devuelto a mi niñez, a cuando fui a Bad Godesberg y en un jardín pariente cercano de éste, jugué con raquetas y una pelota con penacho de plástico. Miro ahora ansioso hacía el Rin y no estaba, lejos sólo el océano. Me encontraba en la intersección de Taco con La Cuesta..
c) Mientras descargaba muebles usados en un punto blanco:
Estando en esos momentos de furor laboral me fijo en el sol que parece la colada de hierro fundido de una siderurgia, un sol implacable de domingo de agosto que se derretía en el aire, por lo que, presto, viéndome por mor de un nuevo influjo asociativo en un gran basurero de Méjico D.F. he mirado al cielo, inquieto, no nos fueran a atacar buitres, cuervos, aves carroñeras... que volaran en círculo, óvalo o espiral y otras en caída en picado de Stuka alemán de la II Guerra mundial.
e) Finalmente, ante la aparición de una señora con gafas de buceo que sale del agua junto a él en una de las muchas piscinas que aparecen en la obra:
En esas me hallaba cuando de repente emergió un soldado francés de una trinchera de agua del frente del Marne (First World War) con su máscara de gas, que me saludó.
Sin embargo, detrás de ese humor y del espíritu de celebración

hedonista que preside la obra, percibimos agazapado un miedo

que es casi terror frente al  vacío  y el tedio, un horror vacui

existencial del que el autor tiene la necesidad patológica de

defenderse y al que logra derrotar, batalla tras batalla, a base

de fabulación y desmesura. Esa nota ominosa que queda oculta

por la música de la fiesta es la que, desde mi punto de vista,

confiere a la obra su verdadera carga de profundidad.

Una vez traspuestas al libro y desprovistas del contexto

temporal en que nacieron, las entradas del blog se han

transformado en algo diferente y vemos emerger un relato

continuado que había permanecido oculto. Es entonces cuando 

percibimos de verdad esa línea líquida que une y da coherencia

a la narración de unos años que hubieran sido más grises sin la

mirada de Lizundia, que ha desechado lo prescindible y

reservado para nuestro deleite la espuma de los días de la que

hablaba el gran Boris Vian, atrapando sus burbujas ingrávidas

y perfectas en su eterna fugacidad, sirviéndonoslas justo antes

del momento de estallar para siempre. 

* Abogado de reconocido prestigio, enciclopedista de impronta oxoniana, fruidor de las estéticas de vnguardia, compositor pop, y autor de un solo relato aunque definitivo Reynaldo Posadas, publicado en Togas&Letras- encuentro detextos 

 

 

 

 

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Oktaviansky siempre me encanta y me sorprende, es absolutamente Genial, ingenioso y elegante.....
por algo juntos los tres formamos el triunvirato.......

Os quiero a ambos, sois mis queridos amigos para siempre....

Un besazo,
R.W.

José María Lizundia Zamalloa dijo...

Gracias. el famoso triunvirato... sí for ever