En Teatro ocurre otro tanto: proponer palabras relacionadas con la atracción sexual, que oídas en boca de ella, deben estallar en mil sugerencias, resonancias, evocaciones…todas incandescentes y rotundas. Las palabras como instrumentos sexuales, las palabras desplazan a la vista como elemento de máxima sugestibilidad (e imaginería) erótica, y ocupan su lugar.
La revolución sinestésica sexual de Don Delillo.
La literatura actual indaga en la subjetividad, en lo no expresado o solo sugerido en un segundo que cabe retener, porque contenía una divagación que llevaba a otra y ésta a otra. No hay acciones ni conductas, tampoco actos solo instrumentalmente dispuestos al servicio de la gran trama, con la única misión de organizarla. Lo que hay son imágenes para instantes que apenas dejan expresión como acción funcional en el mundo de los hechos. Así, en todo caso, son las historias de nuestro tiempo.
Esta suerte de fisión nuclear conduce a encuentros entre personas en los que el orden, ni siquiera cronológico, cuenta para algo.
Llegado a este punto es cuando podríamos iniciar un diálogo sobre Don DeLillo y su literatura, no en los términos de lo que tiene la literatura de narración plausible sobre personas y acciones, sino sobre emociones, imágenes, representación del mundo y de la hondura de la vida y las personas, del Zeitgeist y de nuestra cultura como proceso de creación en el tiempo. No como si estuviéramos comentando al bueno de Proust.
DeLillo juega en el terreno literario en el que se expresa el tiempo y el espacio –que son los aprioris donde las acciones se producen- que queda entre las palabras, en los intersticios de los diálogos y la narración. En los que los problemas, ansias, miedos, trampas del hombre de hoy afloran y obtienen toda su expresión y significado. Las palabras que bajan en esos toboganes tienen cara, gestualidad para las emociones y ojos de miedo o esperanza profundos. Nuestra vida más auténtica y sentida se desarrolla en una habitación blanca en la que hay una mesa vacía y dos sillas. De lo que allí alguien hable será una historia que, en verdad, nos concernirá. Aunque oigamos contar una vida o historias trepidantes.
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