domingo, diciembre 18, 2011

Mi hermano trascendió los 60 cl., hasta los 80

 
Homenaje a Vaclav Havel

Según Yael (la judía cascabelera que siempre está riendo), estar con nosotros es como ir al cine, siempre ocurren cosas inopinadas, pintorescas  y acervas. Ella está encantada. Ayer el dueto, duelo, esgrima y la violencia (tan patrimonial) fue vascongada. Vinieron los vascongados Iñaki y Pilar (donostiarras),  y Yael con uno de sus  chevalier servant: mi hermano. Como dijo  éste a las tres de la madrugada, menos mal que   lo ocurrido no volvió a ser en un establecimiento público sino en tu casa. Ha sido testigo de escenas mitológicas  o veterotestamentarias dignas  de  Yahvé iracundo o de  Zeus inflamado por rencillas y bajas pasiones,  en restaurantes libaneses. Uno contra otro. Hubo un picoteo previo antes de iniciar el recorrido que de nuevo pensábamos ejecutar: libanés con Al Yazeera  en televisión, y Parra. Pero nos  fuimos encendiendo, adquiriendo tono y cogiendo cuerpo, que al final se hizo cena en casa, cenamos los 6 en la cocina, como una familia bien avenida.
Mi hermano se olvidó de sus límites etílicos y se trascendió. De sus 60 centilitros en los que tengo tasada su ingesta vitivinícola se subió a la parra de unos 80 centilitros. Nos bebimos una caja de Berberana. Estaba muy divertido, se volvió más humorístico que nunca, pícaro, anecdótico, navideño, estelar, filósofo y, como siempre, librepensador. Él, todo él, incorrecto.
Mi hermano y yo estábamos sentados al mismo lado de la mesa, e Iñaki reparó en que los dos vestíamos  camisas de cuadros y nos rodó una película iphone.
Mi hermano a las dos de la madrugada se marchó a por tabaco y subió a La Cuesta. Allí, la señora de cierta edad del bar donde entró,  le preguntó si venía de una cena de empresa, lo negó pero ella le porfió  que sí, y que era  atractivo y muy señor (como si fuera andalusí y taurina) y que vestía muy bien, él que lleva tan  a gala vestir como en el gueto de Varsovia antes de 1941.
Regresó  cavilante, tocado  y un poco dichoso, la verdad.  Algo otoñal en el fondo. ¿Es posible, es cierto? Es muy atinado, hermano.
 Le ha correspondido un parricidio próximo. Le dijimos que lo tiene ganado 
 De madrugada reputé de perteneciente al pasado  a Hegel. Como si hubiera mentado a su madre de la manera más injuriante y ofensiva, Iñaki saltó jupiterino. Yo era un intelectual sin ninguna profundidad, un bilbaíno que hablaba sin saber y que  él no hablaba de cosas que desconocía, por ejemplo de derecho. Competimos con los truenos y fragores de mayor estruendo pero para acallarlos, como si éstos se  hubieran  atrevido a irrumpir de súbito  en la noche. Le emplacé entonces a que buscase por todas las estanterías con miles de libros alguno no ¡uno sólo de derecho! a ver si lo encontraba y  seguí, que era un filósofo incapaz de argumentar sobre las meras premisas de un debate, de razonar y enhebrar un discurso de mínimos, que no estábamos hablando  de la Fenomenología del Espíritu ni de la Lógica de Hegel, “qué no has leído”.  Y añadí: “No te confundas Iñaki, yo soy más agresivo que tú, sólo tienes a tu favor que  eres más salvaje, joven y fuerte que yo, nada más”. Y seguí por esos rumbos.  Que me daba igual que el Estado les mantuviera y a sus  facultades de filosofía, por lo demás  cerradas a la vida en disquisiciones gratuitas sobre detalles e insignificancias pretéritas y añejas, que solo dan confianza  e integración a determinados adolescentes al descubrir el poder de la razón con  15 años, a lo más.
Volvió todo a su cauce hasta que llegada una hora le provoqué,  e Iñaki  restalló con un aura fulguroso, naranja  y   cremoso en torno a un blanco  cegador. Una noche de amigos nada plana, sino pirenaica, por suerte.  

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