jueves, diciembre 08, 2011

De alguna manera militarizado


Cuando bajaba al edificio funcional y soviético, me he visto asaltado por una idea sumamente radical: la de abrazar alguna religión. Estoy en edad para ello. Y yo nunca renuncio a  nada. El día invitaba a experiencias extremas, y a conjurar la melancolía con misticismo para protegerte de  la bóveda mortecina que, sobre tí, graduaba todos los matices y texturas del gris. Pensándolo mejor, quizá el trabajo me seguiría redimiendo: “Arbeit macht frei!” y así ha sido, solo el trabajo proporciona un estado de conciencia obsequiosa y proyectiva, oceánica y salvífica. La realidad ha superado las cavilaciones. El trabajo te arrebata del existir como acontecer anodino y sin objeto, y te eleva al uso de tus facultades productivas, para a acceder a la naturaleza o a lo social. Y transformarlos al actuar sobre  ellos. Te surte de objetos y proyecciones. Te rescata de tu atribulado vagar desmotivado.
Esta semana todos los días laboro (y no oro), sin una sola fiesta de las regaladas. Trabajo en cantidades industriales, sin nada que merezca cualidades artesanales, menos científicas. Productividad del homo laborans que diría Hannah Arendt, para un ciudadano ateniense de la polis. En lo relativo a mi trabajo alimentario.
La mayoría tonterías, cosas menores, cosas en cola como en un cinta industrial o una cadena de montaje, pero a mí me da igual, saco mi actitud simpática, atenta y habladora, imprevista y cálida, a veces seduzco, el de frente sonríe o ríe,   cotejo las reacciones a mi fluir y todas las veces me siento tributario de un nomos o ethos de mi ciudad de origen, y  me acuerdo de un ideal o ejemplo que lo encarnaba un primo mío, quien a su vez representaba los valores del entorno.
De alguna manera soy mi primo, aunque en bala perdida, un renegado que cede el paso a las mujeres.
Al margen mis ocupaciones alimentarias, me queda algún tiempo que he de repartir. La productividad  te contagia de productividad y de celo en la ocupación del escaso tiempo. El tiempo que ahora estoy dedicando al blog lo estoy quitando a las correcciones, y el que dedico a las correcciones, es el que queda consumido para mi obra de ficción, que ya está en su tiempo de amejoramiento,  un gozo.
A las 10 comienzo mi jornada laboral, tras la siesta quiero avanzar en la relectura del El Hombre rebelde de Albert Camus, al que he vuelto. Es un libro esencial, en él se expone el fundamento de todas las revoluciones y rebeliones, debería ser un libro de texto. Gracias a él entendí mucho mejor determinados procesos políticos y sigue ofreciendo nueva luz.
El conocimiento y el interés de Camus  por el S.XIX ruso, lo es también por decembristas, populistas, nihilistas, socialistas revolucionarios o terroristas,  y de figuras míticas como Bakunin, Tchedaiev, Belinsky y mi dios Alexander Herzen, que   remiten, de manera directa, a su obra de ficción Los Justos, aparte de rondar más allá y más acá de toda su obra.  

2 comentarios:

el escritor escondido dijo...

Homo laborans, poco ludens, tu tierra está cada vez mejor. Nunca olvides tus raíces pues acabarías perdiendo el tronco y las hojas.

José María Lizundia Zamalloa dijo...

No te voy a contestar como dijo George Steiner: los árboles tienen raíces, los humanos tenemos piernas para movernos e incluso huir.
Mi problema no es con la tierra sino con sus habitantes, y con una época en la que la política,la persecución, la sociología de masas ausentes, la psicologia social estuvo plenamente emparentada con el nazismo. Ir de turista no es lo mismo que regresar al lugar del que fuiste despojado, gracias.