La experiencia de ese tránsito, de Mc Carthy a De Lillo, puede ser tan fuerte como el que supuso el de la visión cosmológica a la antropocéntrica, de la trepidación salvaje de la acción de los hombres al aliento contenido, omisivo de lo que no sea la esencia más honda en la que bucea De Lillo, profundamente abstracta y llena de signos que interpretar. Las fracciones de segundo, el parpadeo, la impresión de la luz, de cualquier luz en su comparecencia en un lugar prosaico es narración y un impulso decisivo de vida.
He hecho el recorrido inverso al cronológico, me inicié en el De Lillo de obras recientes y ahora he vuelto a la última publicada pero que es de 1982, aquí están los antecedentes de la concisión y fragilidad del material narrado posterior, en esta obra ocurriendo muchas coas, incluidos asesinatos, el pulso lo acapara el de Lillo del que hablamos.
Existe un orden de intimidad, por tanto de espíritu que es el propio de nuestro tiempo –y no de otro- hueco, absurdo, de instantes simplemente yuxtapuestos y silenciosos, ahora somos capaces de comprobar su desorden y falta de métrica. Aun así, es un mundo configurado como realidad fundamental de signos, y signo es la letra, y palabra.
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