Muy alejado de la religión desde la adolescencia –crisis irreversible de fe en colegio de jesuitas y sustitución por el marxismo- , pertenezco a la cultura cristiana, la que me permite vivir como laico sin la más mínima cortapisa en una civilización que cuajó en torno a ella, gracias a las herencias de la razón griega, el derecho romano y la espiritualidad judía, cuya síntesis y difícil evolución determinaron finalmente la separación de la Iglesia y los poderes políticos y de estos entre sí, los derechos humanos y la libertad.
De Marruecos a Filipinas, pasando por Egipto, Somalia, Sudan, Palestina, Irak, Pakistán… se vienen produciendo con cada vez mayor determinación el asesinato, destrucción de iglesias, expulsiones y desplazamientos de poblaciones cristianas. Ha habido días que en letra pequeña he podido leer desde asaltos armados a iglesias con fieles dentro, a expulsiones de sacerdotes o pastores en ¡Marruecos!
Europa, emocionalmente unida, solidaria y activa en el odio al americano e israelí muestra ahora un silencio sepulcral, como cuando Sebrenica, Ruanda, Sarajevo, característico.
Europa ya ha simbolizado y dado nombres al Mal, y preventivamente vigila y conjura la "islamofobia", que es ese riesgo de que un mal sentimiento desplace y abrogue la cualidad del mal ya perfectamente definido, gracias a los grandes plebiscitos europeos que inundan sus calles y plazas siempre y únicamente si están implicados los vicarios de Lucifer.
Plantearse principios civilizatorios y diplomáticos como el de reciprocidad o equiparación, a efectos de una mera "correlación de civilizaciones", simplemente al mismo nivel de importancia de la "islamofobia" (que resulta un poco más débil de casuística y empirismo), no es siquiera discutible. Es impensable. Ni poder dibujar, ni escribir so riesgo de fetua, ni hablar, claro.
A lo más abrimos los ojos algo incrédulos cuando vemos a imanes o mullahs del totalitarismo islámico buscando ejercer la coacción religiosa absoluta y una policía de costumbres y cerrada y única moral incluso para las comunidades musulmanas de España.
Un filósofo judío Bernand Henri Lévi, hace unas semanas desde El País daba cuenta de todos los ataques criminales contra los cristianos país islámico por país islámico en los últimos tiempos. En esa gigantesca geografía los ataques no son con viñetas, como las de Mahoma, son a sangre, o en el mejor caso expulsión o posibilidad de huida. Un judío francés es el que se ha molestado en recordar las últimas acciones contra los cristianos.
Las estadísticas son claras y varían día a día, los cristianos iraquíes huyen al Kurdistan, lo mismo que de Pakistán, y desaparecen poco a poco incluso de Palestina, a pesar de su antisionismo.
Los cristianos que el Islam, en prácticamente toda su extensa geografía hace desaparecer de las más diversas maneras, son cristianos que ocupaban esos territorios antes que la religión del proselitismo a sangre apareciera por aquellos lugares. Son maronitas, melquitas, coptos, caldeos, católicos, ortodoxos, asirios…
La islamización creciente del brazo de ese fascismo político religioso no hace sino avanzar ante la pasividad de una Europa, siempre seducida por los totalitarismos más vigorosos: nazis, comunistas, fascistas y nacionalistas. Ahora que el gran entorchado mundial del totalitarismo y el monismo más irreductibles es el Islam: la umma, Europa se inclina seducida ante el ascenso imparable del fuerte, del atrevido y osado que muestra arrogante su fuerza. Europa siempre ha sabido inclinarse: es su más oscuro instinto
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