Ayer en Tijuana volvió producirse el choque de cosmovisiones. Todos los pueblos y los grupos se aman a sí mismos, a veces, a extremos obscenos.
Pero antes un inciso, el famoso Parnaso sanandresino envió a Tijuana a una de sus figuras de aura más ignífera y solar. Como Mitra, Júpiter, Thor, Wotan. Jamás antes ninguna lectura produjo, entre los tertulianos –esa condición tan dudosa y menor que no obstante encarnamos irónicos y satíricos, con actuaciones irreverentes- tanto impacto, como la que llevó a efecto, con versos propios, Armando Rivero. No pudimos los cuatro que estábamos menos que rendirnos ante su calidad y el tono de su soberbia dicción. Fantástica su poesía, fantástico él. De repente siento ganas de leerle (y se lo digo), cuando lo normal es que me pase lo contrario. La pregunta que se hace Ramón Herar, en su blog sobre las cajeras de Mercadona, es la pertinente. ¿Por qué Jesús –el magnate de los medios literarios: revista y radio propias- nos ha ocultado durante tanto tiempo a Armando Rivero, a la sazón pariente de José Rivero Vivas, la estirpe de mayor nobleza de esa República de las letras, tan surtida de bardos, vates, aedos y rapsodas, que es Saint Andrews? ¿Por qué el bar de Armando no entra dentro del recorrido de brebaje camellar del Parnaso? ¿Convenía ocultar al autor, porque tal vez descuelle demasiado? Son preguntas legítimas. Que incluso podemos contestárnoslas.
Armando Rivero apenas habló, estaba el gallego por medio profiriendo palabras seguidas -ríadas- que conformaban frases a cada cual más ondulante en su propio vértigo en espiral, y diciendo a la vez que no le dejaba hablar como que no hablaba. Lo típico si se sube o baja.
Armando, muy inteligente y literariamente muy preparado tuvo intervenciones esporádicas pero de las que reverberan y resuenan horas después. Una inteligencia (y solvencia) literaria interesantísima. Al dejar Tijuana contó de las capitales de la Península en que había presentado su obra. Nos supo a muy poco y me regaló un libro, que leeré.
El choque de cosmovisiones constituye una guerra de trincheras, que no de movimientos, es decir todo es pura inmutabilidad, comodidad, auto lisonja, satisfacción, intercambiabilidad, estricta equiparación y gusto muy democrático.
Uno es su gusto y todos los gustos son iguales. Uno, en definitiva, es su loa a sí mismo, -subjetividad roturada ante la madre-, nada que debatir. Y la mala suerte: no hemos tenido la suerte que merecíamos, el mundo se ha conjurado para ignorarnos. Hombre, si hoy es precisamente imposible, si ni queriendo, si no hay manera ni forma ni ocultación posible…
El debate siempre muy novedoso y distinto al anterior, sorprendiendo, imaginativo, chispeante, creativo, original, divertido. Pues de todo ello se encarga mi hermano, cada vez más zumbón y jacarandoso. Genial. No hay nada como ser habitado por Thomas Mann, Wagner, Goethe, todo Schiller, Winckelmann, Lessing, Ortega y Gasset… que son gente que dan mucho para hablar de la literatura, sí, para más de un programa no idéntico al anterior, o sea de la vida y la experiencia humanas.
Cada intervención de mi hermano supone un fuerte empellón de cualquiera de estos.
1 comentario:
Como buen catalán, aunque vasco consorte, tengo en buena estima lo galaico. He ahí la razón de ser y no otra de GALEUSKA, o CAGALEUS que suena más castizo y además define. He de decir tras escuchar el programa, que esa alianza viva y eterna entre hermanos, fruto de la literatura filogermánica aderezada de raíces judáicas comunes, se torna injusta cuando ataca sin compasión al galaico contertulio. Y aunque éste es fiel descendiente de Breogán, luchador y lector, se queda indefenso, apocado y arrastrado por la verborrea incontenida del hermano menor aferrado al micrófono cuan simio a una banana, azuzado por su hermano mayor, que lejos de templar gaitas las va quemando una a una. He pensado mientras oía!
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