Cuando fui a por el coche de XY con el mío,
como no pude aparcar regresé a casa,
aparqué, cogí un taxi y traje el nuevo, paré en la gasolinera y fui a la panadería.
Resultado: entre tanta llave, perdí la única de mi coche. Fui el otro día al taller del
barrio que está en el centro de mi teatro de operaciones: entre el Spar y la gasolinera
para ver que hacía con mi coche. Sin llave es como si no lo tuvieras. Me ha
llamado antes Juan Manuel el del taller, que ya tengo operario para que me
abran el coche y lo pongan en marcha. En agradecimiento ya le he dicho que
cuando logré disponer de él, iré a que me cambie el parabrisas que está roto.
La policía me puede parar. Yo lo haría.
Le
llamé a mi hermano para decirle que ya no podría descender al Downtown, ya que
mi coche resulta totalmente inaccesible. Es un coche aparcado sin virtualidad
ninguna, un coche decorativo. Que bajara andando como muchas veces, que ese no
era problema para mí. Cierto.
Me
regalaron el último de Juaristi, que ya lo tenía leído. Me apetecía mucho leer
un libro de José Antonio, por el que cambiarlo. Me puede ilustrar para el libro
que estoy escribiendo, que lo voy a acabar antes de ir a orillas del Pacífico
americano.
Esta
mañana he ido a la biblioteca del parque la Granja. He estado en el Fondo Pérez
Minik. Le he dicho al director (me ha preguntado) que estaba escribiendo un
libro, y todo facilidades, he estado viendo las cartas que le envió a Pérez
Minik. Son muy personales, pero alguna tiene interés. El lunes iré a
tomar notas, no hace falta fotocopiarlas.
Tras
las loas (de alcurnia, como diría Rosita) recibidas por mi último libro del
Sáhara y la proximidad de la presenta me
puse a leerlo ayer y no podía dejarlo, algo increíble, era el tono, el aliento con el
que está escrito el libro, mucha determinación, seguridad, ritmo, cohesión,
unidad. Una misma voz, lo escrito y el autor fundidos, soldados. Manolo V. creo
que dijo entre otras cosas, divertido. Pasadas las 9 y yo seguía, sin cerveza,
leyendo.
He
permutado Juaristi por José Antonio. Lo he hojeado mientras esperaba a mi
hermano. Me atrae su intelectualismo, su vocación literaria y amigos pensadores
y escritores. Los falangistas de primera hora fueron curiosos.
Hace
poco escribía de camareros y guardacoches, que es la gente que me atrae. No lo
puedo evitar, para cuando me doy cuenta ya estoy hablando con ellos. Son con
los que hablo. El resto, me temo, es de mi total desinterés. Ahora Los Reunidos es
una suerte de fiesta gracias al personal. La estrella es una sevillana nueva:
Jelén. Será Hellen, le digo, no, JJJelén que me lo pusieron unos amigos de la
Línea de la Concepción. Hoy estaba el limeño Edson, casi licenciado en
periodismo y buen lector. Me dice que su mujer, la bellísima Leslie, ya le
contó que no la había reconocido por el corte del pelo. Jelén -el otro día hizo 27 años- es un junco
de inspiración, muy ocurrente, rápida y divertida en grado sumo. Me hace reír
mucho, y yo a ella (nos hemos tomado el pulso); mi hermano, emisor de destellos
a veces de oro; luego está la otra sevillana, la medio argentina Sofía, la
medio brasileña Aline, de cerca de donde
es Gisele Bündchen. A decir verdad, no me odian. La pena es que no se pueden sentar con nosotros.
Es como para quedar.
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