El viernes hablé con dos Manolos, el conde Octaviansky y
Vidal. Resulta que ambos siguen
el blog, lo que fue una sorpresa. Los blogs han desaparecido casi, han sido engullidos por Facebook twitter
whatsapp: por mensajes cortos,
interactivos, livianos, divertidos cuando
lo consiguen milagrosamente, de absoluta amabilidad, de testimonio de vida relajada para los demás. Quitando determinadas redes
donde el odio más absoluto restalla vesánico, el resto ha logrado que la vida
tenga una aparente amenidad y todo
resulte amable. La vida ahora es mucho más amable e interactiva que antes. Cuanta más simpleza aportas,
prontuarios de gracias, humor
rebotado, incluso, si quieres, profundidad: sentencias, apotegmas,
proverbios- te lo dan todo hecho-, mayor es la vitalidad burbujeante que puedes ofrecer. Como entrar en una disco de polígono con
chaqueta de piel de cocodrilo (como en la peli Corazón Salvaje) y zapatillas
(como en la canción del Canto del loco) y provocar un efecto publicitario de
estupor ante grandiosa emergencia.
En un blog no tienes ni idea de quién te entra. Seguramente
alguna sorpresa te llevarías. Lo más curioso es que hay quien me sigue desde
los comienzos primigenios: mujeres (les gusto mundano y simpático, digo yo). Como entran pocos, sorprende. A pesar de que comparándote con los medios antedichos te pudieras sentir directamente Kant, Stephan Zweig, Leo Peretz, que le gusta
mucho al Conde –como siempre tan superdotado- o alguien de pareja excelencia.
Le conté al Conde algunos de mis progresos económicos y
judiciales –soy una persona tan
judicializada como el Parlamento y gobierno catalanes juntos- y se partía de
risa. Que estaba destruyendo postreramente todo mi constructo identitario, que
era un ganador y campeón del derecho contra mí ser más propio, que mi ideal de
perdedor y merodear, y enemigo víctima del derecho ya no se sostenían. Vino a
decir que estaba demoliendo mi identidad y envileciendo mi vida. Obvié
contarle más cosas. Sí percibo un cambio
y no sé si nocivo. Mi problema no es
tener o no tener dinero, sino no tener en que gastármelo, que es algo previo,
condición. No me gusta prácticamente nada y es que tampoco necesito
absolutamente nada. Por no tener, ni
tengo caprichos, no anhelo nada. Me encantaría desear algo: coches, iphone,
relojes, ropa, tabletas, cocina, hoteles, antigüedades, arte, viajes, antiguos
deseos, televisión en la habitación… nada. A lo
más que puedo llegar, es a tener alguna vulgar curiosidad. Estoy
en un estado de austeridad impremeditada, devenida, pero para permanecer. En trance pre-clochard. En
Sevilla, un día, por no cenar, me compré
pringles de avión en un chino, también tenía vino de avión (Viña Pomal) en el
minibar, digámoslo todo. Cena Vueling. A
un restaurante ni se me ocurre ir, lo que siempre hice encantado.
Como dijo Conchi hace meses: total Lizundia qué gastos tiene:
cervezas y libros. Es lo que hay, que está muy bien. Hombre, también he
redescubierto el ferrocarril, en cuanto
tal.
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