domingo, diciembre 04, 2016

Una cena Vueling en Sevilla

El viernes hablé con dos Manolos, el conde  Octaviansky y  Vidal. Resulta que ambos  siguen el blog, lo que fue una sorpresa. Los blogs han desaparecido  casi, han sido engullidos por Facebook  twitter  whatsapp: por  mensajes cortos, interactivos, livianos,  divertidos cuando lo consiguen milagrosamente, de absoluta amabilidad, de testimonio de  vida relajada   para los demás. Quitando determinadas redes donde el odio más absoluto restalla vesánico, el resto ha logrado que la vida tenga una  aparente amenidad y todo resulte amable. La vida ahora es mucho más amable e interactiva que  antes. Cuanta más simpleza aportas, prontuarios de gracias, humor  rebotado,  incluso, si  quieres, profundidad: sentencias, apotegmas, proverbios- te lo dan todo hecho-, mayor es la vitalidad burbujeante  que puedes ofrecer.  Como entrar en una disco de polígono con chaqueta de piel de cocodrilo (como en la peli Corazón Salvaje) y zapatillas (como en la canción del Canto del loco) y provocar un efecto publicitario de estupor ante grandiosa emergencia.
En un blog no tienes ni idea de quién te entra. Seguramente alguna sorpresa te llevarías. Lo más curioso es que hay quien me sigue desde los comienzos primigenios: mujeres (les gusto mundano y  simpático, digo yo). Como entran pocos,  sorprende.  A pesar de que comparándote con  los medios antedichos te pudieras sentir directamente  Kant, Stephan Zweig, Leo Peretz, que le gusta mucho al Conde –como siempre tan superdotado- o alguien de pareja excelencia.
Le conté al Conde algunos de mis progresos económicos y judiciales –soy una persona  tan judicializada como el Parlamento y gobierno catalanes juntos- y se partía de risa. Que estaba destruyendo postreramente todo mi constructo identitario, que era un ganador y campeón del derecho contra mí ser más propio, que mi ideal de perdedor y merodear, y enemigo víctima del derecho ya no se sostenían. Vino a decir que estaba demoliendo  mi identidad y envileciendo mi vida. Obvié contarle  más cosas. Sí percibo un cambio y no sé si nocivo.  Mi problema no es tener o no tener dinero, sino no tener en que gastármelo, que es algo previo, condición. No me gusta prácticamente nada y es que tampoco necesito absolutamente nada.  Por no tener, ni tengo caprichos, no anhelo nada. Me encantaría desear algo: coches, iphone, relojes, ropa, tabletas, cocina, hoteles, antigüedades, arte, viajes, antiguos deseos, televisión en la habitación… nada.  A  lo más que puedo llegar, es a tener alguna vulgar curiosidad.   Estoy en un estado de austeridad impremeditada, devenida, pero   para permanecer. En trance pre-clochard. En Sevilla, un día, por no cenar,  me compré pringles de avión en un chino, también tenía vino de avión (Viña Pomal) en el minibar, digámoslo todo.  Cena Vueling. A un restaurante ni se me ocurre ir, lo que siempre hice encantado.

Como dijo Conchi hace meses: total Lizundia qué gastos tiene: cervezas y libros. Es lo que hay, que está muy bien. Hombre, también he redescubierto  el ferrocarril, en cuanto tal.  

No hay comentarios: