En mi próximo artículo escribiré sobre este asunto, y autor judío y Benicasim
Un viaje tan largo como el
mío dan para más de un post. Al
menos ha sido muy distinto a los habituales, un total de 19 días de viaje que
me han cundido. He realizado lo poco que quería hacer, que para mí era
muchísimo. Ver tres cosas: tres museos y Ceuta, viajar como hecho de viajar
(percibir el recorrido, no el mero destino),
pasármelo de manera decididamente muy divertida con grandes amigos, e ir
a mi aire, de otra forma si fuera posible, que cupiera alguna novedad. Quería
disfrutar de forma múltiple, estar con
mi familia, también solo –que era cuando no comía (y me aburría), cosa que
desde joven no había hecho nunca- y con
amigos y Ceuta. Mi idea de viajar, no
tiene nada que ver con la de hace años.
Y no siento lo mismo por todos los sitios como le ocurre a
Kamenev, que dispone de un pozo inmenso de autosatisfacción y alegría
graduables como la parafernalia tecnológica que utiliza.
A mí me gustaría hacer un test profundo de las vacaciones o
determinadas vacaciones, cuanto más humilde sean sus objetivos más
probabilidades existen de que te lo pases bien todo el rato. A mí me gustarían
hacer preguntas simples: cuando una ciudad o país comienza a hacerse
intolerable, si el incremento de horas muertas es de progresión aritmética o
geométrica, si es asumible que ya no solo no haya nada interesante que ver,
sino que no haya nada que hacer, que tipo de experiencia visitadora se tiene
donde se ha de estar tiempo y sin contactar con nadie, si el sentido de
objetivos cansa pero es mejor que no tenerlos o si sería quizá más tolerables
unas vacaciones sin estructura y esquema, si llegamos a saber qué es lo que nos
gusta, si es que nos gusta algo de verdad. Malo si te tienes que comprar la
bandera de una ciudad que no te ha dado
vivencialmente nada ¿o acaso sí y entonces qué es, que momentos? Por qué tanto
tiempo y tan poco espacio. Hay tarde y noche actuales y soportables o solo
existe la excursa del día siguiente en cuanto planning del que alimentarnos.
Las ciudades que me gustan –de niño era el más viajado,
luego viajé algo y no me interesa nada conocer casi nada- son las que antes de
conocerlas me atraían. Esa decir, no he descubierto ninguna ciudad, ya sabía de
ella, me gustaba de antes. La ciudad que
más me cautivó fue París y donde más veces he estado. Era feliz, tenía 20 años
y luego la veintena. Durante esa época solo entré en Notre Dame y al Louvre,
museo al que no he vuelto nunca jamás y si a otros después. París estaba lleno
de referencias políticas, algunos actos y librerías llenas de panfletos. La
ciudad me chiflaba, hacía por retener todos los nombres de las
calles, de fijarme en todo, de tomarme cervezas de pression. Era tal mi avidez por la ciudad que evitaba
coger el metro, donde me colaba como los gauchistes de la época, saltando,
apoyándote en donde se mete el billete, el cilindro que se abre y sin coger
carrerilla. No fui a más iglesias ni museos. Era vivir no ver, el ver cuando
uno solo era pulsión de entusiasmo, facilitaba mucho la vida plena. No sé si
habré influido en mi hijo, pero siempre decía que lo verdaderamente interesante
era vivir en las ciudades, no visitarlas. Lo prevalente y novedoso es sentirse,
que da el hecho de ver algo o desconocido o no habitual, algo extraño. El ver
es el catalizador, el medio, el resultado el sentirse.
De las ciudades a mí me gustan el afuera, no los adentros. Me gustan las
ciudades que me gustaban antes de ir: Berlín, Nueva York y Tánger (Washington
no me es ajena) e Israel. La única que quizá la he descubierto pero muy poco ha
sido Miami Beach. Se acabó. Parto con ventaja: a mí solo me interesan dos cosas
y ninguna más: el arte contemporáneo/moderno y la arquitectura/urbanismo. Lo
que más el tejido urbano de esas ciudades, por ejemplo la Bauhaus de Tel-Aviv o
el Art Decó de Miami.
Con todo que me ha gustado San Sebastián, las horas más que
suficientes que estuve hace una semanas, me sirvieron para fijarme en los
templetes que se alzan en las esquinas de muchas manzanas burguesas, tanto en
el Ensanche como Gros. Es de lo que más me acuerdo. No de la Concha,
Ondarreta o la Zurriola.
Me he pasado de página: Kamenev que vive anclado en el
Venecia, el cracoviano y residente centroeuropeo, le gusta tanto esa ciudad que
ha pasado los 5 primeros días, de los
mucho que aún debe disfrutar, sin salirse del casco antiguo, que nos lo pone en
original por natividad adquirida, tal era el ansia por poseer esa ciudad. Digamos
que muy aplazable. Como una top-model oferente. Cuando desperté la primera vez
en Nueva York un mes de junio, me lancé a la calle, ávido de ciudad, tal era la
seducción, y vi amanecer una hora
después de estar caminando por la segunda Avenida.
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