Ayer al mediodía compré El País en un kiosko al lado del
palacio de justicia. Había unos niños molestos
(mi leve fascinación por los niños en general duró el tiempo en que mi hijo lo fue, tras lo
que volvieron a ser lo que eran: molestos), oteando desde arriba creí que El País
ya estaba vendido. El kioskero que estaba fuera acudió en mi auxilio prestidigitando un ejemplar.
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Va a necesitar uno o dos abogados por lo de ayer- me anuncia.
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¿Cómo?
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Por el artículo sobre feminismo- que me ha hecho sentirme celebrity.
Abono el periódico y
me doy la vuelta. Ha chisteado. Levanta el dedo pulgar y profiere “muy bueno”.
Ya el mismo gremio me encomia.
Las encomiendas, si así puede decirse para continuar
aliterando, que he recibido como columnista son las que más me gustan oír, porque no
están de acuerdo con un argumento o idea determinada, sino con el pensamiento
personal (como establecería Schopenhauer) y el estilo imbuido. O es lo que quiero pensar o interpretar, pero creo que va
en esa línea. Noto diferencias con mi casi década en DA. Entonces era más de palmadas en la espalda, porque había
maltratado el zapaterismo, ahora es más de seguimiento al autor por sus puntos
de vista. Muestras pocas, pero expresas.
Decía a Rosana tras mi experiencia de hace unos días en un
Bilbao, muy distinto real y simbólicamente, que me tiraba mi ciudad a pesar de
no tener ni un solo amigo. Yo a las carencias propendo a sobrevalorarlas. Al
parecer no es del todo así. Tengo dos modalidades de examigos: con los que
corte más o menos a espada y los que me distancié, seguramente por mis
prejuicios que los otros no tuvieron ni vieron. Mis distanciamientos resultan a la postre como rupturas virulentas. Bueno soy.
Ahora me entra en tuiter, que no lo utilizó sino para colgar
mis artículos, uno de estos últimos, que fue muy amigo mío. Me da la impresión
de que te siguen viendo como fuiste, no como eres o has llegado a ser. Ellos
básicamente siguen como fueron. Bastan 140 caracteres para comprobarlo, o
asomarte a sus biografías. Me temo que no estoy para discutir nada con nadie.
Mucho es tener algo que decir.
Si hay alguien extraterritorializado en todos los sentidos,
ese soy yo. En Getxo, un territorio ya distinto, estoy con mis referencias,
ensueños, antiguos afectos, deseos huidizos, sobre todo nebulosas y mis relaciones inmediatas.
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