Esta mañana un vecino me ha preguntado si ya no trabajo. Mi
situación es tan evidente que llega a mi propia calle. En el SEMAC preguntan
por mí. Sigo vivo. Demoro mi presencia
en los juzgados de lo social, porque sé que en los cajetines o bandejas no va a
ver casi nada –los que éramos habituales poseíamos uno de esos para hacer más
rápida y directa las notificaciones- y efectivamente así ocurre. En todo este mes ni un solo acto que
realizar. Vacío total.
Al parecer preguntan mucho mis compañeros por el desenlace judicial.
Aún nada.
Llevo mucho tiempo, más de un año, resistiendo a todo este
juego de humillación y castigo dos veces por semana, más todo lo derivado como
lo antedicho. En mis días de consulta aparece ahora la abogada T, hoy por ejemplo estaba el clan
familiar. Es otra demostración. No solo me quitan todo sino que también ponen, pero
para que vea que no existo. Aparte de ser muy
buen fajador, tengo otros estímulos y soy inquieto amen de resistente.
Como el impasse se alarga, ya he emprendido algunas iniciativas.
Ayer inicié la historia que tengo que contar, había escrito
bastante en cuadernos y a impulsos, pero no en
ordenador que es cuando el proyecto empieza a cobrar consistencia. Empecé copiando
pero seguí improvisando. Historia me sobra, pero me faltaba la forma, el punto
de vista, el tono. Escribir sobre sindicalismo, por mucho que seas el único -y encima es verdad, ¡qué vida la mía más absurda!- que lo ha
analizado en sus circunstancias reales y concretas, es un tema de nulo interés.
En mi anterior libro -el comienzo de esta historia- alguno leyó sólo lo que
contaba de mi vida y experiencias, y se saltaba todo lo relativo a
sindicalismo. Otro tanto ocurre con el laboralismo. Ya no puedo acudir a mi
historia personal y experiencias porque ya está escrita, por lo que te quedas
como un oso blanco sobre un trozo de
hielo desgajado del gran iceberg o continente. Cuánto intelectual, cultural o socialmente
menos dé de sí el tema, mayor es el reto
literario y ensayístico, que es lo que me ha animado, pero hay que pillarlo. Y que el Rapsoda me haya
dicho hoy, que escribo distinto (prensa), que le gusta más. A lo que le he dado muchas
vueltas (la ejecución).
El caso es de prensa, porque es noticia en el sentido
de dogmática periodística. El hombre no muerde al perro: noticia es si lo hace,
porque es al revés.
Esta historia que contar tiene una vertiente que es la que
menos me interesa, que es la jurídica. Si singular en un sindicato es el
mobbing, no lo es menos la concentración de piquetes llegando al unísono: más
de 30 que gozaron de permisos sindicales aquel viernes 31 de octubre de 2014.
Si procesalmente no cuenta –y están los jueces acostumbrados a escenificaciones no ejemplarmente maduras-, sí puede ser interesante
desde el punto de vista de la comunicación social. Esto por tanto es de prensa
y empresas. Infinidad de testigos observaron la bravía irrupción de los
escuadristas, lo que son las cosas, hasta de la Junta directiva del Colegio de
Abogados vieron al escuadrón llegar compactos. No aguanto las intimidaciones fascistas, durante
el franquismo me rondó la extrema derecha/policía. Se limitaban a hacerme
llegar que me tenían controlado, con llamadas telefónicas de madrugada con
silencio, y muy medidas, de lo que tengo un recuerdo vívido. Imponían
mucho. Sin darme cuenta ya tengo escrito
el artículo sobre los escuadristas. Que esperen también. Por cierto ahora mismo -lo puedo volver a decir- en el digital de El Día, mi artículo de ayer es el más leído.
Como justiciable no pude hacer nada, pero sí como ciudadano, que lo soy en todo lo que no soy justiciable, fuera de ese delgado fragmento o episodio. Y fuera también de mi mundo laboral hago más cosas, y estoy haciendo un esfuerzo por llevarlas a cabo. Algo tan sencillo como leer entresemana. Mi empresa me paga ahora para ello, aunque no todo.
Como justiciable no pude hacer nada, pero sí como ciudadano, que lo soy en todo lo que no soy justiciable, fuera de ese delgado fragmento o episodio. Y fuera también de mi mundo laboral hago más cosas, y estoy haciendo un esfuerzo por llevarlas a cabo. Algo tan sencillo como leer entresemana. Mi empresa me paga ahora para ello, aunque no todo.
Ayer empecé a escribir la historia que estoy obligado a contar.
Los ensayistas somos moralistas en el mejor sentido, siempre, y aunque elípticamente, propugnamos un “deber ser”.
Estoy ante una mina, cierto que no es de
oro ni de ningún metal valioso, pero es una mina. Si seré moralista, que en mi
libro “Abogados laboralistas y pos-sindicalismo”, escribí todo un capítulo
sobre moral, ética y deontología de los abogados. Hice un esfuerzo de reflexión,
también tenía motivos.
Sobre que dos abogados/as laboralistas declaren en un juicio
de mobbing a favor de la empresa, no soy
quién, ni me compete lo más mínimo, para hacer valoraciones desde el punto de
vista procesal o de la justicia. Ahí no soy ni abogado, sino mero justiciable.
Pero como alguien comprometido políticamente toda su vida,
puedo y lo he hecho, escribir sobre laboralismo, y puedo y lo he hecho, escribir sobre moral y ética en
la abogacía. Esto también da de sí. Y de la resultante de todo ello puedo reflexionar sobre el
mobbing, allá donde no le interesa al núcleo procesal del derecho. Sobre conductas
grupales cerradas y que llegan hasta el final. A una escenografía increíble,
casi wagneriana. Coros y fanfarrias.
Me temo que seguiremos. Como abogado quiero mantenerme ajeno
a pesar de estar ante cursos de historias que no se solapan ni influyen. La justicia
tiene su campo y yo como ciudadano tengo un gran abanico de actuaciones y
posibilidades. Pero soy abogado que cuida el respeto y las formas, mientras
espera el curso judicial.
¡Qué de mi impaciencia e impulsividad! Lo que es la vejez (joven).
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