Las tres veces que estuve en Tánger fueron en agosto, y con temperatura muy agradable. La presencia del mar es constante: del océano más abierto y del Estrecho con España al fondo. Hasta aquí mi experiencia, pero siempre que la evoco es lloviendo, con frío y viento, y una humedad irresistible. Mi Tánger literario se impone al empírico.
Leí un libro de Paul Bowles y otro sobre él, de Chukri precisamente, cuando ya viejo pasaba el día acostado entre otras razones para combatir el frío y la humedad, la lluvia incesante, las paredes con verdín, los medicamentos en el suelo. Es entonces y a buenas horas cuando comienza a detestar la ciudad de su vida-exilio.
Mohamed Mbret y algún otro amigo marroquí de Bowles, escriben también sobre el tiempo y si no recuerdo mal también lo hará Tahar Ben Jellow, en un libro que leí de Chauen a Tánger, combinándolo como pude con la contemplación del paisaje: el Rif.
Pero si soy de alguien es de Mohamed Chukri: la inteligencia que proporciona la calle y la vida muy dura, la fuerza de la emulación, el proyecto personal, y el abandono más riguroso a todos los vicios. Una vida de pecado desde la hora del primer rezo hasta el amanecer.
El Tánger de solo unas décadas tenía una población flotante de miríadas de tipos como él. Todos rufianes, habitantes fijos en casas de lenocinio, contrabandistas, borrachos, a veces sodomitas, bilingües o trilingües... y Chukri el gran escritor. En su libro salen muchos garitos como el Negresco, y muchas cenas en El Dorado, donde cené varias veces y donde hay un cuadro de Chukri tras la mesa en la que comía. No sé si desapareció.
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