Leer seguido a Mrabet y Chukri te coloca en el Tánger más popular e idiosincrático, y auténtico, te vas perdiendo una y otra vez en el dédalo de sus callejuelas de la medina, asomándote también al ensanche europeo, porque de otra forma no sería Tánger, o quizá sí; la ciudad lo es con su anverso y reverso. Pero he descubierto que la vida y el pulso de la sociedad está en la comunión y ósmosis de culturas, bajo la prevalencia y sustento de la nativa. He perdido la cuenta de los libros que he leído que se desarrollan en Tánger, no sin advertir que no leo novelas de acción, espionaje o policíacas, en las que sale mucho. Es como el escenario del mundo idóneo para todos aquellos que gusten mostrar o confirmar una especie de inadaptación al mundo (la buscada o no), que solo Tánger redime por ser el nicho de la inadaptación original. Luego pasada esa suerte de iniciación o se olvidan porque no sirvió para nada, o vivirán con una luz especial en el alma como una unción de soledad y elección.
Descubrí hace mucho a Mrabet y se lo regalé a mi amigo ya fallecido, el poeta Ernesto Delgado Baudet, un tipo de unas determinadas características, esquivo de normas y convenciones y anclado a los vaivenes de la vida con toda su poesía.
En este libro , a la espera de nueva lectura del prólogo, este y contenido no casan nada, de ahí que quiera volver a mirarlo
La segunda obra autobiográfica del Chukri, había leído primera y tercera, sin fijarme en el carácter autobiográfico, pensaba que sustancialmente todas lo eran. Todo es invadido por el imaginario literario, la biografía como realidad se deshace, pero he descubierto otro Tánger que no debe tanto sino poco a los europeos que la cortejaron.
Se multiplica mi fascinación por el norte de Marruecos y por una España extinta. España si que se fundió en/con el norte de Marruecos.
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