Errejón, siguiendo a Laclau, tomaba prestado para la
política el “significante vacío” de Jacques Lacan (al margen de la clínica
psicoanalítica) que había que rellenar: era “la gente”. ¿Cómo? Apretando luchas,
algaradas, la disconformidad de sectores
confluyentes apuntando todos contra “la
casta”.
“La gente” a la luz de los manuales marxistas sería mera
invocación metafísica frente a categorías sociales definidas objetivamente como burguesía media
funcionarial o los kulak rusos. Está tan claro lo que es y significa eso de
progresismo/progresista, que en el documento poselectoral del doctor Sánchez e
Iglesias lo tuvieron que repetir (progresismo) 13 o 14 veces (alguien las
contó). El progresismo ocupaba demasiada tinta sobre el papel porque es un progresismo sin
pistas ni patas, que remite solo a su propia autoridad fónica, como en “nombre
de dios”.
El filósofo marxista Gustavo Bueno consideraba el
progresismo una suerte de divina providencia que inspiraba siempre:
calentaba la penuria del presente con una tenue luz profética de esperanza; yo
me inclino más por el devenir del espíritu absoluto de Hegel que se va
realizando en la historia conforme lo soplas.
Siendo el progreso tan promisorio, su realidad se objetiva
en baterías de ¡NO! a todo lo que cambie para que todo vuelva a su estado
primitivo o previo, tampoco contra muchas cosas: recortes, privatizaciones,
legislación, sin que al entendimiento humano le quepa cualquier tipo de mediación:
análisis racionales, estudios científicos, criterios objetivos modulables,
ponderación de factores. Nada de nada. De hecho ocurre que si todos los
indicadores económicos del país hacen indiscutible el hecho material, mensurable y cierto del progreso
(¿existe alguien que no lo quiera: quiénes?) como realidad irrefutable, aparecen
objeciones y agravios retóricos e intencionales
que no pasan de ser más que rémora, reacción, conservadurismo. Regresión que
lideran los sindicatos post cursos de formación. Exentos todos de cualquier fórmula racional
de progreso real. Lo que nadie podrá demostrar es que ese progresismo sea algo relacionado con la
imaginación, inventiva, creatividad, estudios y descubrimientos. Me temo que de
esto, en todo caso, se encargan bastantes empresas.
Los progresistas con sus políticos de excepcional talla y
formación al frente, disimulan su reaccionarismo sumándose a las multitudinarias
reivindicaciones en boga, como Metoo y feminismo partisano, cambio climático,
LGTBI, de carácter mundial y ninguna creada por ellos: bracean en los grandes
mainstream de nuestra época ante los que no es nada recomendable el
escepticismo, desinterés, no ya bromas, no digamos desacato. Los clérigos de
los siglos XVI y XVII son ya una estimulada sociedad inquisitorial.
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