miércoles, mayo 10, 2017

Noche en Los Ángeles, foto en San Diego

















El aeropuerto de Oslo un domingo resulta amable, parece que nunca existieron los domingos con carrusel deportivo, con aquel asco de  vida y del fútbol, y luce el sol. El aeropuerto  te da una semblanza de los noruegos y del país, parte de los suelos son de madera como muchos arcos enormes,  no se ven noruegas a las que piropear y gente muy adecentada por el PIB, la visión aérea de los fiordos, el manto verde, y el de nieve, el fraccionamiento de la costa en islotes, es interesante, se ven las hendiduras de los  fiordos, piensas que bien se ven desde aquí arriba sin la claustrofobia de estar en las simas de agua bajo acantilados de árboles y roca. Hemos dejado divisas  al tesoro noruego, más de 100 dólares, las cañas de cerveza eran de a 10.
Sobrevolamos Islandia y ya de noche Groenlandia, hay una luz tenue de resplandor difuso, pienso si es el sol polar  hasta que me digo ha de ser la luna. Fer piensa lo mismo sobre  el tipo de hombres que pobló esta tierra, como fueron capaces de afrontar aquellas travesías a ninguna parte, de más que dudoso regreso, su ambición, coraje, valor los hacen imposibles imaginar conocido nuestro mundo. Groenlandia ofrece una visión ultraterrenal de  espacios  inquietantes, refractarios a cualquier signo de vida, parece que sobre la superficie de hielo se hubieran precipitado  piedras como montañas, que desde el avión tienen esa forma. Las distancias entre Terranova, la Península de Labrador el  mar  de Hudson en Canadá nos parece interminables. Entramos en EE.UU. por Dakota del norte y ya en diagonal a Los Ángeles.
La salida del aeropuerto por su bullicio casi parece el mercado central  de pescado de Tokio. Tenemos que coger un bus para alquilar el  coche por las terminales del aeropuerto. Hemos salido de casa hace más de 24 horas. Casi 6 a Oslo y 11 a LA. La belleza de las luces de los Ángeles desde el aire nunca podrán ser olvidadas, cuadriculas perfectas, luces de árbol de navidad esparcidas  en su interior, homogéneas, ríos serpenteantes de luces de 
coches. Abajo el dragón está despierto. Cogemos el coche, vamos a un barrio infernal, lleno de descampados y sombras, nuestro motel  tiene en la entrada coches buenos e infames como dejados así, mal aparcados, por un exigente sentido de la colectividad, el vestíbulo es sucio, de muebles amarillos, la suciedad invade las mucosidades. 
En el mostrador hay dos negras hostiles, tras el vestíbulo, ya fuera, hay como un patio donde se alineas las habitaciones  y un bar con forma de choza tropical modalidad lumpen  proletariat, me acerco. No hay nadie pero dos negros beben, les pregunto para beber, y se me presentan muy vacilones. Me corrigen porque yo le llamo a uno de ellos BRET, ellos me conminan a  que pronuncie Bred, lo hago y le doy la mano con una inclinación de cabeza que me enseñaron en el Colegio alemán, a ver si les gusto. Me dicen que ya no sirven y que el camarero es el único blanco, que no sé qué hace fuera, no va a servir, que los negros no le consideran -los últimos años viviendo entre enemigos de clase y ahora descubro los enemigos raciales-. Solo hay negros y algún mulato, ni asiáticos ni chicanos,  llevan pantalones cortos como de balón cesto y viseras, capuchas. Hay putas negras muy putas y alguna jovencita blanca muy perdida. Algún coche de afuera ha de costar más que los que han ganado ellos en toda la vida, otra puta negra sale de un coche suntuoso, en e patio de las habitaciones hay charcos navegables que se ve que no molestan a nadie, son charcos sin lluvia. Las negras de la recepción dan las llaves, sin indicar las habitaciones, tienes que pasar por la laguna del patio.
Le digo a la expedición: está noche aquí no vamos a poder dormir por las balaseras. Serían  muy estúpidos  que a los únicos portadores de maletas y trajes nos permitieran irnos sin robarnos. Equivaldría cargarnos todos los minuciosos estudios y estadísticas de policía, sicológos, trabajadores sociales. No somos tan importantes como para arruinar las casuísticas de fiscales y sociólogos. yo me voy, aviso. Rosita que ella también. Que devuelvan el dinero, estáis locos como nos van a devolver sino lo que harán es robarnos. Pues lo devuelven.   devuelven, si nos vamos por los negros.
Seguimos la calle con más descampados y sombras siniestras, y aviones  aproximándose a las pistas a pocos metros. El siguiente motel es normal. No hay congregados. Voy a irme a tomar una cerveza, en una esquina dos coches de policía han parado alguien, veo luces lejos, no me atrevo a ir solo, he caído en la cuenta que es el sur, donde no se debe ir.  Salimos, ya ni tienes sueño. Le pregunto a un negro que parece esperar a uno de los escasos autobuses si en la gasolinera y el MC hay alcohol, me mira con mala cara y me hace un gesto que sí, que luego resulta que no, vamos a la gasolinera, hay tres negros marginales. Damos la vuelta que ni nos sirven, sí  si vamos en coche, lo hacemos, pero tampoco. Un encapuchado se nos ofrece a dirigir a un almacén. Yo no voy, es imposible que no nos roben salvo que estos barrios dantescos carezcan de toda personalidad, y gasten toda su energía en negar la estadística. Seguro que odian a la policía pero no a ese punto de invalidar todo sus estudios. Vuelvo al motel, las calles son anchísimas. Cuando voy a cruzar vienen dos coches deportivos haciendo una carrera, se saltan el cruce. Más policía, dos coches han parado a otro, de repente pasa uno con un rueda en llanta y chispas que mete más ruido que los aviones, pero le omiten, fer enseguida empezó a hacer las primeras pirlas. Giros de 180 grados en la misma calle y ayer tomó cerveza en San Diego y condujo. Yo conduje de LA, entrando en zonas costeras hasta San diego. Dicen que voy muy rápido, pero se conduce rápido. Te pueden adelantar por la izquierda y por la derecha, luego es divertido y seguro conducir, es otra mentalidad.


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