En un japonés en Los Ángeles
No puedo, como normalmente hago recién viajado, dejar de
recapitular en lo que hacía hoy hace una semana. Lo hago preso de la nostalgia,
porque fue un viaje en el que las excelencias se sucedían sin ningún descuido.
Solo hace una semana estábamos en el downtown de Los Ángeles, visitando la
impresionante catedral de Rafael Moneo, sobre la que escribo en el periódico,
el museo MOCA de arte contemporáneo, de lo que también hablo en prensa y el auditorio de Fran Gehry autor del
Guggenheim Bilbao, que no lo desmerece
lo más mínimo, del que no hablo en prensa como tampoco de museo THE
BROAD, porque, de entrada gratis, formaba grandes colas.
Con un Arshile Gorky detrás, muchas veces visto en imágenes
Aunque lo más singular del día es que comiéramos en un MC
Donald hamburguesa con coca-cola. Sí, a mi hermano que no lo sabe, a Cristina y
gente que me lea y me conozca les sorprenderá, pues sí, lo hice y con orgullo
antiespañol. Bueno, algo más hubo: repetí la coca-cola que es gratis, tras la
primera ingesta. Estábamos rodeados de latinos, no muy lejos de la catedral.
Nosotros seríamos los pijos españoles (que viéndolo de fuera me da profundo
asco. Solo nos hemos encontrado con un hispano en todo el viaje, en Las Vegas
claro, de lo que hay que dar gracias al Altísimo), de hecho Fer y Rosita lo
son, o sea pijos, pero no Espy, amiga de mexicans, indios y undergrounds. Si se lo dices no es que no se molesten sino que los halagas. Pijos a mí,
porque son fantásticos, no creo que haya mucha gente con tantos íntimos amigos
como yo.
Me he ido, pero vuelvo. Siempre me han gustado las
hamburguesas de MC Donald, ocurre que el público adolescente me espanta. No
tomé coca la primera vez, sino Seven up o alguna cosa así. Estuvimos en otra en
San Diego (mexicans everybody y nosotros), al lado de un supermercado donde acudimos
a por viandas y vino de California para el motel. Teníamos un motel espléndido
con vistas lejanas a la bahía, donde la
base naval.
me lo han enviado con See you again
Me he hartado en entrar en supermercados y gasolineras, era
donde finalizaba mi jornada de conducción cuando estábamos de viaje a las 15 o
16 horas (3 ó 4 pm. como dicen los americanos). Me tomaba budweiser de medio
litro. Como dentro no te la puedes tomar había de salir fuera con el cartucho
de papel. Una vez en una lejanía del desierto inmenso, tampoco me dejaron que
bebiera en la puerta, que fuera al coche, me dijo una anglosaxon, en el que tampoco
se puede. Me escondí. En una repetí budweiser y tenía el cartucho de papel algo
roído, por momentos me sentía en Irán a punto de ser esposado. Hay carteles en
las autopistas que dicen que “reportes” if you see drunken driving. En otra me
fijé que era el único que bebía bebida ocultada, que con su ocultación se
delata –auténtico Heidegger y la aletheia-, todos iban con su cafés encofrados
de moral púbica.
Cenamos en Los Ángeles con una amigo de mis hijos que se
dedica al cine (lleva a películas libros, reportajes, hechos de la vida y
conocía yo obra y milagros sobre el que trabaja –mi hija trabajó años en esa industria, allí-) que había estado en su boda (de ellos) pero con el que no hablé, y en Los Ángeles
lo compensé. Era un tío muy interesante, que me lo perdí, evidentemente un intelectual
creativo bebe, y lo hacía desenvuelto. Hube de decirle- fuimos caminando del
bar en que habíamos quedado (magníficos coktails que hemos catado) al restaurante
de unos sijs (indios) donde fuimos a cenar. Bromeaban, que parecíamos verdaderamente agrestes como pioneros que en el mismo LA
fuéramos caminando en lugar de en coche. Lo dicen ellos. En un semáforo le
señalé -era sábado y había mucha animación-
que el próximo país muslim iba a
ser EE.UU., argumentando, para su viablilidad lógica, que no podía haber más dificultades para beber que allí.
Fui poco acertado porque él ya había bebido su dosis sin problemas.
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