Ayer vinieron refuerzos a
nuestra tertulia Mákaros. Dos
facciones más: de Gran Canaria y
Alemania (una filósofa).
Esta mediodía comentábamos en casa los cuatro la escena
charlotesca que habíamos presenciado en la cena de ayer en el Oliver. Una escena ya cansina. Un plato
de carne ¿o era un velero? había ido tres o cuatro veces a la cocina, al menos
seis veces había atravesado el comedor y la cocina. Antes en pleno tráfago
dialéctico –tocaba leer Novum Organum
de Francis Bacon- cuando me hallaba en uno de los dientes de sierra de las
intelectualidades que aventamos durante la cena, algo me sobresaltó, unos
ruidos agudos y otros secos, a metal, madera , cerámica muy encarnizados
disolvían cualquier comunicación.
Bro con el ímpetu que emplea nuestra ave calcando el
sonido de restregar los cubiertos en los platos para arrojar los restos a la basura, pugnaba rojo de
ira, muy contrariado contra un trozo de
carne. El resto de los comensales
mirábamos al hombre que problematizaba una comida en un lugar tan
selecto. Una escena, una imagen, difícil de borrar.
Alguien decía este mediodía en casa que pensaba que las devoluciones de la carne
por la mitad pudieran obedecer a una
estratagema: que regresaran con más patatas. Pero no, no parece que ese fuera el
motivo, ni que se enfriara, ni nada perteneciente al orden de lo real.
Alguien que va a pasar por la vida privado, como poco, de
unos de los goces de los sentidos como es
el paladar, ya que tiene un solo registro o dos, sin gradaciones, es curioso que
desde esa limitación, que a los demás nos horrorizaría padecer, se pueda volver
tan intransigente ante un acto nutritivo puramente animal. El mismo lo dice, “como
proteínas”, es decir sustento biológico, lo menos humano y más zoológico.
Como los cocineros vieron su saber hacer comprometido por
un nuevo acto de relaboración, como es el recalentamiento, quisieron superar la
censura a su trabajo poniendo una salsita al plato co-cocinado por el
comensal. Pero el plato fue repelido otra vez. Con un argumento tomado de la lógica
altaescolástica de Francia Bacon: “No he pedido salsa”. Retirarla con el
cuchillo no era concebible.
Hacer espectáculo de algo que objetivamente es irrelevante
para una boca que necesita proteínas sin más,
es un mérito doble.
Luego ves desplegarse ese autismo de quien no da existencia
al resto de la gente, no ya al paladar que no alcanzó a constituirse a una edad
–no fue socializado en lo más elemental a la edad que correspondía- y que prescinde de la mirada del otro,
de la censura de los demás. De lo social intercomunicativo. Ese aislarte en una guerra encarnizada contra nada real.
Se unen dos sentidos como carencias el paladar y la mirada, el otro no tiene
mirada, dejo de existir para él, nada se pude interferir en sus humores, en su
desagrado, arrebato, en lo que le pide el cuerpo en ese momento, que además no es del
orden corporal o somático sino puramente psíquico. No se lucha por uno o dos grados
de temperatura de más en un trozo de carne, sino que es realmente una lucha
agónica narcisista, sin el Otro.
Una socialización quebrada, fallida. Lo que es molesto y lo
que puede considerarse personal para los testigos de estos lances, es la
supresión del otro, no es falta de consideración, sino desaparición de la escena,
salimos de ella. Es demasiado centralidad excluyente del protagonista, eso es
lo que molesta.
Aviso a navegantes. Tanto a Bilbao como en nochevieja u
otros eventos se va ir o venir aprendido a comer. No sé cómo, pero aprendido. Por Jehová que será así.
2 comentarios:
Que descojono de crónica.... El lugar, el Oliver; la Compaía, Tertulia; la Hora, de cenar... Se conjugaron los astros para que Bro ofreciese su mejor versión, y el cronista estuviese allí para contarlo.
Usted como vasco quizás debiera comprender al pobre comensal alejado del paraiso argentino, euskaldún o de la raza negra avileña.
Y de paso ¿el título del libro de Ignatieff?
Salu2, EDH.
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