El sábado compré a Vasili Grossman y a Bulgakov, más
sovietización. Grossman de apellido igual que le escritor hebreo David, judío también,
estremece como pocos por el desvelamiento del sufrimiento múltiple y la crueldad
que es capaz de albergar la vida, y más ayudada por los totalitarismos. Los dos
son magníficos guías para penetrar,
traspasar esos cortinones que se mecen suavemente augurando espacios o escenas
siniestras, en la vida soviética de Lenin y Stalin.
Los escritores rusos bajo el estalinsimo presentan una hoja
de servicios más que honorable. Cibernéticamente hablando se ajustan a la perfección
al binarismo: asesinado/ suicidado. Hay un libro de Vintila Horia que hace un
recuento muy preciso, a lo que hay que añadir el tertium exclusum: el Gulag.
Stalin, aparte de ser una cumbre del Himalaya de la criminalidad
política, seguía a los escritores. Podía matar a “enemigos del pueblo” y vengarse
en familiares, hijos, maridos, padres, podía hacer todo tipo de crueldades,
pero estaba al tanto de lo que decían los escritores. Ignoro si lo
estaba también de los ingenieros
forestales o peritos de minas.
Ya sé de tres conversaciones que ocuparon a Stalin. La más conocida es la llamada que
hizo Stalin a Pasternak (Doctor Zivago) a cuenta de Ossip Mandelstam. Hay versiones
algo diferentes, pero tienen en común que Stalin le dijo que si hubiera sido su
amigo Mandelstam, lo hubiera defendido
mejor que él. Y tanto, le murieron en el
Gulag. Stalin también llamó a Ehrenburg, porque no le publicaban una novela, y
le dijo que entre Vd y yo conseguiremos que se publique. Y se hizo la
publicación, como Dios hizo la luz.
Resulta que también llamó a Bulgakov. Este que escribía cosas
absolutamente satíricas, parábolas sobre la esencia del comunismo: una genética
social absolutamente artificial que concebía una mutación humana y social de la que era imposible que saliera algo bueno. Escribía cartas a
Stalin y a la cúspide del poder de la URSS como si estuviera en una cafetería de
enfrente del Tribunal Supremo de EE.UU.
Su espectacular éxito en la época ambivalente del NEP de
Lenin, se trucó en veto literario, sin
poder dedicarse a la literatura. Bulgakov protestaba sin condescender con el régimen en
nada, un suicida. Stalin cuando le llamó le dio un puesto de ayudante de
dirección de un teatro, pero siguió sin permitirle publicar. Ni fue arrestado,
aunque vivió en la angustia de que cualquier
noche le detendrían. Para que lo iban a detener, era peor el miedo y la
incertidumbre.
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