domingo, septiembre 28, 2014

Muy parcialmente afrancesado

Leyendo a Alain Finkielkraut constaté algo que ya había pensado antes. Mi mayor influencia intelectual es francesa, con diferencia. Es lo que leía de joven y más o menos seguía. Los libros de autores franceses son una parte raída y abundante de mi biblioteca. Aunque aún incurso en mi juventud –que  ha sido extremadamente larga- ya me abrí a otros territorios.
Son los autores que más han influido en la intelección de la cultura posmoderna de hoy: en el culto a la diversidad, como algo esencialmente óptimo,  el relativismo cultural y moral, y la horizontalización completa de la vida, no hay nada que pueda ser superior a otra cosa. A lo más será distinta. La excelencia es el dato del nihilismo alcanzado, se intenta recuperar lo que siempre debió mantenerse. 
Francia es  la zona candente del cambio poblacional de Europa con la inmigración, debido al influjo de  la escuela republicana laica, sus equilibrios entre el comunitarismo y la asimilación –no se ha lanzado al multiculturalismo-, el fondo de la literatura francesa como sostén importante de su identidad que fue,  y la opinión común y mediática que inicia y concluye cualquier debate con la gran deidad de la diversidad, pero sin abordar realmente toda su problemática.
En los núcleos de lo diversidad: etnias, familias, religión,  grupos, barrios sin embargo  la uniformidad es monolítica, en su seno es impensable cualquier atisbo de individualidad y diferencia. La “diferencia” no admite la menor diferencia interna. Esa es la más tremenda paradoja.
Que sea intelectualmente afrancesado no supone que  admire  Francia y su cultura. A decir verdad, no es mi caso. Solo  a sus elites intelectuales y culturales  del S XX.   Tarde pero llegué, mi faro y referente es el mundo anglosajón, sobre todo EE.UU., que es del único que me fío, y después Alemania, -de alemanes he leído también bastante y fue parte de mi cultura de niño- que es el único país que podría dirigir Europa, como verdadero sujeto agente para un protagonismo   de cierta relevancia. O sea acorde con  los tiempos que vivimos de total incertidumbre y riesgo. Antes debería recobrar la hybris de ser alemanes, aunque con ellos siempre hay peligro. Con Alemania  de motor y Turquía agrandando y multiplicando la influencia, si hablamos de presencia e influencia mundial.
No les veo yo a los viejos cristianos blancos europeos  -el rebaño progre/ pensamiento pancarta ni cuenta- con capacidad para modificar pautas de abdicación y repliegue generalizado, en un mundo profundamente explosivo. Un continente esclavo de los totalitarismos fascista y comunista en toda su integridad en los años 40, no es buen antecedente. Sin competidores en el mundo y bajo la seguridad americana amasó dinero y financió el estado de bienestar.
Ha fracasado en la integración de la emigración por completo, no como EEUU que los integra en  infinitamente mayor número.  Es un verdadero triunfo de una sociedad multirracial, donde existe lo norteamericano como valor a ser, siendo cada  vez mayor su policromía. Les llegan no solo de abajo sino también de arriba. Campesinos guatemaltecos  y arquitectos tailandeses.
Si con la emigración no hemos podido  hagámonos socios de lo diferente en más o menos paridad: Turquía. El mestizaje europeo no es ninguna opción es una necesidad de supervivencia. La ineluctable decrepitud europea  lo exige. Aunque ya sea tarde.

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