Leyendo a Alain Finkielkraut constaté algo que ya había pensado
antes. Mi mayor influencia intelectual es francesa, con diferencia. Es lo que
leía de joven y más o menos seguía. Los libros de autores franceses son una
parte raída y abundante de mi biblioteca. Aunque aún incurso en mi juventud –que
ha sido extremadamente larga- ya me abrí
a otros territorios.
Son los autores que más han influido en la intelección de la
cultura posmoderna de hoy: en el culto a la diversidad, como algo esencialmente
óptimo, el relativismo cultural y moral,
y la horizontalización completa de la vida, no hay nada que pueda ser superior
a otra cosa. A lo más será distinta. La excelencia es el dato del nihilismo
alcanzado, se intenta recuperar lo que siempre debió mantenerse.
Francia es la zona
candente del cambio poblacional de Europa con la inmigración, debido al influjo
de la escuela republicana laica, sus
equilibrios entre el comunitarismo y la asimilación –no se ha lanzado al multiculturalismo-,
el fondo de la literatura francesa como sostén importante de su identidad que
fue, y la opinión común y mediática que
inicia y concluye cualquier debate con la gran deidad de la diversidad, pero
sin abordar realmente toda su problemática.
En los núcleos de lo diversidad: etnias, familias, religión,
grupos, barrios sin embargo la uniformidad es monolítica, en su seno es
impensable cualquier atisbo de individualidad y diferencia. La “diferencia” no
admite la menor diferencia interna. Esa es la más tremenda paradoja.
Que sea intelectualmente afrancesado no supone que admire
Francia y su cultura. A decir verdad, no es mi caso. Solo a sus elites intelectuales y culturales del S XX. Tarde
pero llegué, mi faro y referente es el mundo anglosajón, sobre todo EE.UU., que
es del único que me fío, y después Alemania, -de alemanes he leído también
bastante y fue parte de mi cultura de niño- que es el único país que podría dirigir
Europa, como verdadero sujeto agente para un protagonismo de cierta relevancia. O sea acorde con los tiempos que vivimos de total
incertidumbre y riesgo. Antes debería recobrar la hybris de ser alemanes,
aunque con ellos siempre hay peligro. Con Alemania de motor y Turquía agrandando y multiplicando la
influencia, si hablamos de presencia e influencia mundial.
No les veo yo a los viejos cristianos blancos europeos -el rebaño progre/ pensamiento pancarta ni
cuenta- con capacidad para modificar pautas de abdicación y repliegue
generalizado, en un mundo profundamente explosivo. Un continente esclavo de los
totalitarismos fascista y comunista en toda su integridad en los años 40, no es
buen antecedente. Sin competidores en el mundo y bajo la seguridad americana
amasó dinero y financió el estado de bienestar.
Ha fracasado en la integración de la emigración por
completo, no como EEUU que los integra en
infinitamente mayor número. Es un
verdadero triunfo de una sociedad multirracial, donde existe lo norteamericano
como valor a ser, siendo cada vez mayor
su policromía. Les llegan no solo de abajo sino también de arriba. Campesinos
guatemaltecos y arquitectos tailandeses.
Si con la emigración no hemos podido hagámonos socios de lo diferente en más o
menos paridad: Turquía. El mestizaje europeo no es ninguna opción es una
necesidad de supervivencia. La ineluctable decrepitud europea lo exige. Aunque ya sea tarde.
No hay comentarios:
Publicar un comentario